L as encuestas cocinadas revelan el gran ascenso de Ciudadanos y el descenso a los infiernos de Mariano Rajoy. El problema es que Rajoy es un político tan inamovible en su propia inercia como seguramente también lo es en su caída. Desde la inacción supo aprovechar la amenaza que suponía Podemos para una gran parte del electorado. Cuando Podemos empezó a hacer agua algunos de esos votantes, aliviados, creyeron que podían acariciar el horizonte más despejado de Albert Rivera, el centro derecha del futuro, decantandose hacia él sin grandes riesgos. Pero Rivera aspira a una ley electoral más justa que no castigue a los partidos como el suyo y se ha asociado con Pablo Iglesias para lograr ese objetivo.

El gran incoveniente es que Ciudadanos y Podemos mezclan como el aceite y el agua. En la visión de muchos ni siquiera mezclan. El Partido Popular, como es lógico, se encargará a partir de ahora de seguir alimentando la preocupación por Podemos que tanta vida le ha dado. La formulación es sencilla: cómo es posible que un partido que aspira a ganar la confianza del elector moderado pueda hacer piña con la extrema izquierda populista después de haber rechazado sus planteamientos de manera frontal. La política se nutre de sensaciones como esta, de aparentes contradicciones y de mensajes equívocos. ¿Se equivoca el partido de Rivera buscando aunque sea de manera coyuntural el acuerdo con Podemos? No cabe la menor duda de que se trata de un riesgo.

Los sondeos y lo que se cocina pueden ser tan fugaces como un telediario. Existe, por lo que se detecta, un interés de la derecha en cambiar el paso aceptando una alternativa al Partido Popular pero una gran parte del electorado que podría verlo así le perturba la transversalidad del aliado aunque sólo sea por un instante. En ese sentido, Ciudadanos debería alejarse de Podemos como de la peste.