A Flavio Lucio Dextro se le atribuye el "Chronicon Omnimodae Historiae", famoso y discutido libro perdido en el que se proporcionaba una relación completa de supuestos monarcas españoles, pero el original de hipotético libro desapareció misteriosamente y fue sustituido por una famosa falsificación literaria.

En este supuesto cronicón se decía que el Monte Concejo, cercano a la ciudad de Oceloduro (Zamora), fue escenario del suplicio de héroes cristianos, sin que a punto se conozca el número y menos los nombres. Argaiz publicó un catálogo en que figuran las santas Urba y Julia, San Celio y sesenta y dos compañeros. Los historiadores locales, Rojas Villandrandro, Quirós y Novoa mencionan principalmente a San Boal, del que se dice había sido jefe de bandoleros hasta el momento de la ejemplar conversión.

Con los bienes mal adquiridos fundó un hospital y una barca para pasar el Duero, ejercitándose en fabricar y vender vasijas de barro, cuyo producto destinaba a aquel establecimiento benéfico. Padeció martirio junto con su hermana Justa y otros compañeros, y guardadas sus reliquias, se conservan en la Iglesia de San Torcuato.

En tiempo de Diocleciano, año 285, se había decretado la más cruel de las persecuciones que hasta entonces se habían conocido, tanto que se llamó a aquella la "Era de los Mártires".

En la Hispania romana era ya grande el número de cristianos. Daciano, verdugo horrendo, enrojeció de sangre el suelo que había de gobernar, ensañándose con niños, ancianos y mujeres y cuantos esforzados varones dieron la vida por la fe.

Hubo una época en la que el emperador Constantino, el año 332 reorganizó la división administrativa de la Hispania y dio paz a la Iglesia, quedando establecidas cinco sillas metropolitanas, Toledo, Tarragona, Braga, Mérida y Sevilla, y cincuenta y seis obispados.

La tranquilidad de este reinado vino a turbarse con Graciano, con la herejía de los gnósticos, que adoptó un caballero noble y rico de Galicia, llamado Prisciliano, extendiéndola por toda la región del Duero.

Dos obispos abrazaron la secta y consagraron a Prisciliano en la sede de Ávila, produciendo gravísimo escándalo, aun después del Concilio de Burdeos, en que el jefe fue condenado y ejecutado posteriormente en Tréveris por orden del Emperador.

Tocaba a su fin el caduco y pervertido Imperio y también finalizaba el siglo IV.