Este año Manos Unidas lanza la Campaña contra el Hambre con el tema "Comparte lo que importa". Cierra de esta manera un ciclo de tres años (2016-2018), centrados en dar respuesta a las causas y problemas que provocan el hambre en el mundo, que afecta actualmente a 815 millones de personas. Esta ONGD (Organización No Gubernamental para el Desarrollo), fundada en 1960 por un grupo de mujeres católicas, apoyará este año 601 proyectos repartidos en 57 países. La actual campaña se inició el 29 de enero y durará hasta el 11 de febrero, día en que se celebra la jornada en toda España.

Manos Unidas ha elegido como logotipo de esta campaña la imagen de la transformación de un móvil en regadera. Se trata, según ha explicado la organización, de "un símbolo para que veamos que lo que compartimos tiene resultado y lleva la prosperidad a los países en los que realiza sus proyectos de cooperación".

Puedo dar fe de que los proyectos de Manos Unidas dan magníficos resultados. Lo he comprado en mis viajes por varios países africanos. El secreto consiste en que se exige la participación de la gente local en cada uno de los proyectos, tanto de educación -a la que se dedica siempre la mayor contribución-, como de sanidad, de desarrollo rural o de promoción de la mujer. No se trata de un trasvase de ayuda, de dar, sino de un compromiso compartido.

El otro secreto es la eficacia en la gestión de las ayudas recibidas en sus campañas, que en los últimos ejercicios superan los 40 millones de euros al año, apoyadas por más de 80.000 personas entre socios, voluntarios y colaboradores. Manos Unidas solo dedica en torno al 9 por ciento de las recaudaciones a cubrir las necesidades propias de la administración, estructura y promoción en sus 71 delegaciones diocesanas y oficinas en toda España.

He asistido en Madrid a algunas de las presentaciones de las campañas de Manos Unidas. Son siempre un aldabonazo para comprender no solo la dura e injusta realidad del hambre en el mundo, sino para alertarnos de que es posible vencer una plaga que produce cada año la mayor mortalidad en el mundo.

Estuve a principios de los años ochenta del siglo pasado en la presentación de una campaña de Manos Unidas contra el Hambre. Intervino con una ponencia José Luis Sampedro, muy poco conocido entonces como novelista, pero sí como prestigioso economista. Achacó al neoliberalismo y al capitalismo no solo la decadencia moral y social de Occidente, sino el desajuste económico mundial y la alarmante pobreza en los países en vías de desarrollo. Después de su intervención, hubo un coloquio. Una religiosa, que había trabajado muchos años en Etiopía, le agradeció su exposición, pero le aseguró que no toda la culpa del hambre en el mundo la tenía el neoliberalismo y que, además, el mismo Jesucristo dijo a sus discípulos que "a los pobres siempre los tendréis con vosotros".

José Luis Sampedro le replicó: "Seguramente hace usted un buen trabajo ayudando a los pobres etíopes, pero, ya que cita las palabras de Jesucristo, no me consta que dijera que los pobres tengan que ser siempre los mismos". La religiosa le contestó con toda sencillez: "En eso tiene usted toda la razón".

Cuando José Luis Sampedro pronunció su ponencia en Madrid, en España había muchas regaderas, pero pocos móviles, si es que había algunos. Actualmente hay más líneas de telefonía móvil que habitantes.

La imagen de la transformación de un móvil en una regadera es mucho más que una idea brillante, como lo fue la respuesta de Sampedro a la religiosa que trabajaba en Etiopía. Creo, de todos modos, que lo decisivo hoy no es que los pobres sean otros, sino acabar con la pobreza en todo el mundo. Existe la posibilidad de lograrlo, si los seres humanos tenemos la voluntad de hacerlo. Ya nos lo advirtió Manos Unidas en la campaña anterior: "El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida".