Un día como hoy, 30 de enero, del año 1934 veía por vez primera su siempre deseada luz, en el número 51 de la calle de Santa Clara, Claudio Rodríguez García, hijo de doña María García Moralejo y de don Claudio Rodríguez Diego y hermano mayor de Javier y de las gemelas María Isabel y María del Carmen. Poeta destinado a la salvación de las cosas, a la iluminación de la materia en el canto y de la vida con todas sus contradicciones, abrió su obra de cinco libros con la extática revelación de la claridad y la cerró con la certeza madura de la paradoja. A ese último libro, Casi una leyenda, de 1991, pertenece "Balada de un treinta de enero", poema que recuerda esta efeméride y en el que nacimiento y muerte son ya, al fin, todo uno. Hoy cumple 84 años con nosotros".

Recordar a nuestro poeta, su cercanía con esta tierra, y celebrar el hecho de poder contar, tanto en lo local como en lo universal, con una figura poética y vital tan necesaria e importante con la que poder identificarnos, es lo que pretendemos con la presencia de este poema:

Balada de un treinta de enero

Alguien llama a la puerta y no es la hora.

Algo está cerca, algo se entreabre.

¿Y cómo la creencia se está haciendo

misteriosa inocencia,

momento vivo cuando aún los años,

en rebeldía, enseñan

soledad o placer? Desde estas piedras

que se estremecen al juntarse igual

que cruz o clavo

de cuatro puntas,

¿se oye la señal?

¿Se oye cómo el agua

se está hablando a sí misma para siempre?

Y oigo las aristas de la espiga,

el coro de los sueños y la luz despiadada,

preso de tanta lejanía hacia

el viento del oeste y el polvo del cristal,

la pobreza en ceniza,

tanta alegría hacia la claridad,

tanta honda invernada.

Y el cuerpo en vilo

en la alta noche que ahora

se ve y no se verá

y no tendrá respiración siquiera.

Y los niños jugando a nieve y nieve en la plaza del aire,

con transparente redención.

El tiempo, la traición de óvalo azul,

de codicia y envidia,

y esta pared con sombra.

Esta señal certera, esta llamada,

este toque con calma ya maduro.

¡Y qué iba yo a saber si estaba ahí

llamando puerta a puerta, entre las calles,

muy descaradamente,

con el deslumbramiento de las manos

hoy tan huecas y tan vivas,

con escayola! No he tenido tiempo.

Es el día, es el día.

Y la madera aérea, con granizo,

y las heridas del cristal heladas,

el latido de enero y el frío luminoso.

Alguien llama a la puerta. Doloroso

es creer. Pero se abren

de par en par las palmas de las manos;

los nudillos gastados

piden, cantan

en el quicio que es mío este treinta de enero,

y el dintel sin malicia

con la fragilidad del sueño arrepentido

entre las ramas bajas del cerezo.

Ya todo se va alzando. Y estoy viendo

una crucifixión de espaldas. Huelo ahora

a este resina, a este serrín sin polvo.

Es ahora la hora. Y qué más da.

Sea quien sea sal y abre la puerta.

¿Al mensajero de tu nacimiento?

Abramos, pues, con Claudio Rodríguez, las puertas de esta ciudad y de esta provincia nuestra tan sufridora, pero siempre tan acogedora, a los aires salvadores de la alegría y de la poesía que nos brindan palabras y versos tan certeros como los de nuestros poetas.

(*) Portavoz del Seminario Permanente Claudio Rodríguez.