El presidente de EE UU, Donald Trump, pagó 130.000 dólares a Stormy Daniels, una actriz porno, un mes antes de las elecciones. Estos lodos vienen de unos polvos de hace once años, cuando Melania ya se apellidaba Trump. Fue un coste sobrevenido a su entrada en la política y por hacer lo contrario de lo que se desea de una estrella del porno: que mantenga la boca cerrada.

La sociedad estadounidense incita a cumplir los sueños y quizá Trump haya cumplido un sueño húmedo después de ver a Stormy en una película de ese género que tanto resalta las fantasías. Pero, si los sueños son realizaciones de deseos insatisfechos, ¿qué deseos así le quedan a un tipo que alardea de echar mano al sexo de las desconocidas? ¡Ya vive en el porno! Echar mano al paquete sexual es una forma de saludo en esas películas.

El sueño húmedo para quien vive esa realidad debería ser una velada de largos, lentos y cálidos prolegómenos, con los juegos de lengua de la conversación que permitirían la contemplación extasiada de una mujer completamente vestida y de cuerpo entero, no troceada en esos planos de detalle del porno que muestran lo que no se puede ver cuando se hace y lo que no se puede hacer cuando se ve. Podría oírla susurrar deseos inéditos en el porno: pasear, bailar, comer alimentos.

Parece que no fue así. Conociendo el afán de Trump de habitar en el mundo del espectáculo, habrá querido hacer una estancia en el canal porno. Otra actriz del género X, que rehusó divertirse haciendo un trío, declaró que Stormy le contó: "He acabado con Donald en su habitación de hotel. Imagínatelo en calzoncillos persiguiéndome por la habitación". Eso es una película de Ozores que, si la aceleras, se eleva hasta la altura de Benny Hill.