La función de cualquier parlamento es aprobar leyes que contribuyan al bienestar y seguridad del país al que pertenecen. La obligación de todo gobierno es administrar de la mejor forma posible los fondos públicos enviando a las cortes, de paso, proyectos normativos que mejoren el procedimiento. La razón de ser de alcaldes y concejales es mantener impoluta y ordenada la ciudad garantizando que los servicios públicos funcionen.

Pero de un tiempo a esta parte muchos de esos servidores parecen verse como la reencarnación de Alejandro Magno, Robespierre, Cromwell y los personajes de las películas históricas de Mel Gibson, todo a la vez, al entender que su principal cometido en la vida política consiste en reeditar la toma de la Bastilla o, al menos, la del Palacio de Invierno. Dejando aparte el episodio recurrente del turismo del supuesto exiliado, el mejor ejemplo que se tiene de esa especie de dolencia mental es el de un edil de la capital de España conocido como Carlos Sánchez Mato, cuyo nombre no pasará a la historia por sus virtudes como concejal del ayuntamiento más grande del reino sino a causa de las declaraciones que hace de vez en cuando sobre la tarea que los dioses han hecho recaer sobre sus espaldas. Dado que la alcaldesa de Madrid le ha tenido que destituir como delegado de Economía y Hacienda porque se negó a votar a favor del plan de ajuste municipal que él mismo había presentado, el vecino Sánchez Mato ha venido a explicar los porqués del disparate diciendo que él y sus conmilitones no quieren ser los mejores gestores del sistema sino derribarlo.

Cabría pensar que la manera más eficaz de derribar cualquier sistema es llevar la ineficacia más absoluta hasta sus entrañas, cosa en la que el individuo en cuestión destacaba. Pero como le han echado de la oficina en la que lograba hacer de la nada una categoría absoluta, ha visto cerrado ese camino y tiene que optar por otras vías. Unas mucho más enojosas en la medida en que obligan a hacer algo y eso, como se sabe, es muy cansado. La necesidad de ponerse a trabajar ha sido una condición necesaria en todas las revoluciones conocidas, aunque podría pensarse que eso forma parte en cierto modo del sistema heredado y conviene también cambiarlo. Nada mejor para ello que la verborrea que no compromete a nada. Por mi parte, y con el fin de ofrecer ideas creativas al dudoso semoviente -en la primera acepción de la RAE- Sánchez Mato, declaro que procedo a derribar desde aquí mismo el sistema métrico decimal, la mecánica cuántica, el cálculo infinitesimal y la economía de marcado, sosteniendo que todo eso queda negado por el tupé de Donald Trump. Para que se vayan enterando.