en el evangelio de este domingo "le contestaron: "Rabbí (que equivale a 'Maestro'), ¿dónde vives?". Les dijo: "Venid y lo veréis"". No le preguntan por su doctrina, aunque lo aceptan como maestro, sino por su vida. El evangelista, al narrar la escena de esta manera, nos está indicando algo muy importante en la fe cristiana: no se trata de aprender una doctrina, sino de compartir la vida, de conocer directamente el modo de vivir que Jesús va a proponer a todos los que decidan unirse a su camino. Por eso la respuesta de Jesús no es un discurso, sino una invitación a la experiencia: "Venid y lo veréis". Y lo que vieron, lo que experimentaron, tuvo que llenarlos de satisfacción, puesto que "aquel mismo día se quedaron a vivir con él". Y en seguida uno de ellos, Andrés, siente la necesidad de compartir aquella experiencia y va a buscar a su hermano para llevarlo a Jesús: "Uno de los dos que escuchaban a Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro; fue a buscar primero a su hermano carnal Simón y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías"". Nosotros tenemos fe. Pero ¿a qué experiencia responde esa fe? ¿En qué consiste la experiencia que nos mantiene en ella? ¿Nos mueve a buscar a aquellos que más queremos para invitarlos a compartir nuestra alegría?

Si alguien se acercara a nosotros preguntando cómo es la vida de los cristianos, intentando averiguar en qué se nota que un grupo de personas son cristianos, ¿cuál sería nuestra respuesta? ¿Podríamos quizá decirles: "ésta es nuestra experiencia, venid y veréis"?

En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar no cómo actúa Dios, sino cómo respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel, tal como se narra en la primera lectura de hoy, no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos del evangelio buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran. ¿Qué quiere decir esto? Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello, sino por cómo lo hacemos. La consecuencia para nuestra vida es que al hablar de vocación cristiana desde la fe no se puede confundir con una pura ideología. La vocación es un don gratuito: respuesta libre y responsable de la persona.