Comenzaba el siglo XIX, el año de 1800 destacaba en Zamora por la influencia de la guerra con Portugal, que situaba en esta ciudad divisiones militares con acopio de provisiones, almacenamiento de municiones y encarecimiento de las subsistencias para la población civil.

El año 1802 se significó por la "Paz de Amiens", acuerdo que puso fin a la guerra entre el Reino Unido de Gran Bretaña y la Primera República Francesa, que tenía como aliados España y la República Bátava (Países Bajos).

Por aquella época, la provincia de Zamora estaba infestada de bandidos, en su mayor parte desertores del ejército que por aquí se habían desperdigado, organizados de una forma extraña que burlaba las disposiciones de las autoridades. Sin embargo, consiguieron éstas dominar la situación gracias a las declaraciones de algunos de estos malhechores aprehendidos en Cubo del Vino y que fueron trasladados a Salamanca donde fueron juzgados por un Consejo de Guerra.

Se descubrió la existencia de cuatro cuadrillas, conocidas por "El Cubero", "El Corneta", "El Chafandín" y "El Patricio", que formaban asociación, posiblemente protegida por algún ministro, contando también con el apoyo de algunos individuos que habían recibidos las órdenes sagradas. Fueron gran número de crímenes de toda clase los que cometieron estos grupos en las provincias de Valladolid, Salamanca y Zamora; hasta llegaron a actuar en la capital de España, pues en el monasterio de las Salesas hicieron un robo de alhajas de gran importancia.

El escritor José Luis Velasco, en un trabajo sobre la Cueva del Hermano Diego, reseña la existencia de un tal Antonio Baraso, alias Chafandín, bandolero muerto de dos tiros en noviembre de 1800, tal como certificaron los cirujanos del Monasterio de San Bermardo y de Valbuena de Duero. Es probable que los matadores fueran miembros de su propia banda. Chafandín y su pandilla sembraron el terror por tierras vallisoletanas, salmantinas y zamoranas, y de él se ha escrito, pero sin certeza alguna, que nació en la zona de Pesquera de Duero.

Los demás jefes y principales miembros de las cuadrillas fueron condenados y sufrieron la pena de ser ahorcados y descuartizados por sus fechorías.