De este país, me encantan las fiestas. No solo, oye; pero hay que reconocer que las fiestas se nos dan especialmente bien. En pocos países duran tanto las Navidades. Aquí, hasta Reyes. Por ahí fuera, como solo tienen al de los renos, se les acaban mucho antes. Qué bobos. Podían hacer como nosotros. Celebramos al de los renos, a los tres Magos, el solsticio de invierno, las Saturnales romanas? Y lo que se nos ponga por delante. A quienes no gustan tanto las fiestas es a los empresarios. Se quejan de que baja la productividad, se rompen los ritmos laborales y nos volvemos vaguetes. Será verdad, pero como nunca he sido empresario soy bastante insensible a esos argumentos, la verdad. Además, creo que el tiempo y la civilización van a favor de los que somos "festivos". ¡Hay tan poco que hacer?!

Bueno, perdón. Eso no es cierto. El paro galopante y creciente no es porque haya poco que hacer. Es porque hay poco por lo que se quiera o se pueda pagar. Por poner un ejemplo entre mil, hay muchísimo trabajo que hacer para cuidar a nuestros padres y abuelos cuando llegan a las edades avanzadas a las que se llega en la actualidad. La bendita longevidad que hoy se alcanza no suele ir acompañada, por desgracia, de una salud acorde y llevadera hasta el final. Qué más quisiéramos todos; o más bien todas, porque son las mujeres, ay, las que en un 90% acaban apechugando con esos cuidados extras que nadie paga pese a ser imprescindibles, absorbentes, extenuantes e interminables.

¡Anda, que no hay millones de empleos potenciales en el "yacimiento" de los cuidados y la dependencia! Ahí sobra trabajo; lo que no hay es, digamos, disponibilidad para compensarlo. Para la empresa privada no es un "negocio" atractivo, porque los costes son altos y solo los podría pagar (solo los puede pagar) una ínfima parte de la población. Pero desde lo público, si lo público no estuviera tan privatizado o enajenado o vendido (todo en sentido literal), sí que se podría y se debería. ¿Para qué si no queremos gobiernos, parlamentos, organismos sin fin y centenares de miles de funcionarios? Para que nos cuiden. Para que se ocupen de nosotros. Para que nos ayuden a organizarnos. ¿Para qué si no les íbamos a pagar e incluso a soportar? ¿De verdad cree alguien que las democracias se inventaron para que nuestros elegidos se pusieran a las órdenes de los bancos, de los oligopolios de la energía o la telefonía y de las grandes empresas en general? ¿En serio creen que lo mejor para todos nosotros es que los gobernantes antepongan los intereses de los pocos de arriba sobre los muchos de abajo? Seguro que no, pero seguro que también son conscientes de que eso es lo que está ocurriendo desde hace décadas, con espantosa naturalidad.

De este país, como digo, me encantan las fiestas. Y de esta provincia y ciudad. Lo que no me gusta es que cuando acaban las fiestas, buena parte de mis paisanos y paisanas tengan que seguir mano sobre mano, sin nada mejor que hacer y económicamente tiesos. ¿Qué no hay trabajo? ¡Venga ya! El problema es el dinero, que en pocas y malas manos ha dejado de circular a la velocidad necesaria y por todas partes. Lo tienen cuatro y bien apretado. Tiempo habrá de hablar de esos cuatro y de quienes ante semejante panorama aún tienen el cuajo de pretender bajarles más los impuestos o eliminarlos. Por hoy lo dejamos para no amargar a nadie el roscón. ¡Que aproveche!

(*) Escritor, periodista y Secretario de Organización de Podemos CyL