La pérdida de población que dibuja el Instituto Nacional de Estadística (INE) en Castilla y León no deja de ser la constatación de una realidad tan innegable como que acabamos de estrenar un nuevo año. No es algo exclusivo de esta Comunidad, pero aquí, por los factores de dispersión y el acusado envejecimiento, supone un hándicap inexcusable con el que dirigentes públicos y organizaciones de toda índole deben establecer sus propuestas. Somos por lo general gente recia, arraigada, con calidad humana y perseverancia, pero lo cierto es que cada vez somos menos (poco más de 2,4 millones tras el último descenso de 20.000 habitantes). Las estadísticas son la muestra de una deriva que no acaban de contrarrestar los planes de despoblación.

Algunos de los principales indicadores para corroborar este hecho vienen repitiéndose cada año. La tasa de mortalidad supera a la de natalidad, el número total de empresas ronda similares cifras desde hace un lustro, los jóvenes que se matriculan en las universidades públicas son cada menos? Y así podríamos seguir con otras cuantas variables más que, en conjunto, trazan un panorama desalentador.

La cruda realidad es que uno de cada cuatro habitantes de Castilla y León supera los 65 años, que sectores económicos, en otra época incentivadores de fijar población, se diluyen como azucarillo en agua (la minería es un buen ejemplo) o que el medio rural, tan esencial en este territorio, se apaga a medida que se suceden las nuevas generaciones. Por no citar otras cuestiones que inciden igualmente en ello, como la imparable evolución tecnológica y la tendencia social a la concentración en grandes ciudades en detrimento de las pequeñas.

La pregunta es, entonces, ¿qué podemos hacer frente a este gris escenario? Sin duda, lo primero sería asumir los efectos indelebles con valentía y sinceridad, para, a renglón seguido, hacer de este problema una cuestión de comunidad sin fisuras ni engañifas, impulsado las fortalezas (sanidad, naturaleza, patrimonio, turismo, seguridad?) y apostando por la economía y la diversificación industrial sin la habitual pelea fratricida entre provincias. En fin, todo menos edulcorar la realidad.