Parece que este recién iniciado 2018 va a ser el año de una reivindicación que no puede ser más justa y merecida: la del rey emérito Don Juan Carlos, el auténtico motor de la transición española, el que hizo posible la democracia y la libertad que por mejorables que sean se llevan disfrutando durante cuatro décadas. Este año, la Constitución, que hay que modificar más pronto que tarde, cumple cuarenta años y el rey que la hizo posible, con el refrendo masivo de los ciudadanos, cumple 80 años, dentro de unos pocos días. Lo mismo que la Reina doña Sofia, aunque ella unos meses más adelante.

Sucesor de Franco, con respaldo incondicional del Ejército siguiendo las instrucciones del dictador en su último mensaje, pudo haber continuado la senda de quien le había hecho rey saltando la sucesión monárquica, pero hizo todo lo contrario, y enseguida, no dudando en olvidar los principios que había jurado. Detrás, seguramente estaba su padre, don Juan de Borbón, el rey que nunca llegó a reinar, y detrás el consejo monárquico en la sombra. Suárez era el brazo ejecutor que llevado por la fe de los conversos a veces se pasó en sus decisiones, lo que al fin y al cabo le acabaría obligando a dimitir al no poder aguantar las presiones externas e internas de su propio partido,UCD, que había fundado y que poco duró, arrastrado por el tsunami del cambio a favor de los socialistas, un cambio que por suerte salió bien. Pero no solo eso, porque cuando el caos en que se convirtió el país propició el golpe de Tejero, fue el rey don Juan Carlos quien a través de la televisión paralizó la reacción militar y tranquilizó a los millones de españoles que contemplaban doloridos y angustiados como se iba al traste todo lo que se había conseguido hasta entonces con sangre, sudor y lágrimas. Motivos de sobra para que el Rey tenga siempre un lugar prominente en la historia de España y se reconozca su trascendental labor como Jefe del Estado hasta 2.014 cuando, profundamente cansado y en mal estado físico - nueve intervenciones quirúrgicas - y moral, abdicó en favor de su hijo, Felipe VI, que reina con talante distinto pero con igual firmeza y mesura como han puesto de relieve los sucesos de Cataluña.

La hipocresía, la ingratitud y la traición se cebaron con el ahora Rey emérito. Un país en el que se abandona y maltrata salvajemente a los animales se rasga las vestiduras porque don Juan Carlos iba a cazar elefantes como hacen todos los ricos del mundo. Y cuando las infidelidades personales se hacen notorias el país se echa las manos a la cabeza con Corinna, aunque su situación familiar de los Monarcas era conocida desde siempre. Para remate, el caso Noós, con la infanta Cristina y su marido, Urdangarín, en el banquillo por corrupción. Solo podía hacer lo que hizo: irse, con discreción y elegancia. Su ausencia ha resultado notable, desde entonces, en los actos oficiales y conmemorativos más destacados. Pero este año, al cumplir los 80 de edad, se quiere que sirva de homenaje a la figura y al largo y fructífero reinado de don Juan Carlos comenzando con su asistencia a la solemne Pascua Militar, presencia que tendrá continuación en otras actividades oficiales y públicas. Así debe ser aquí y ahora.