La Palabra de Dios hoy invita a contemplar la vida familiar. Vivimos en un mundo que ha relativizado todas las instituciones. También la familia, como lugar de la vida digna, pasa por una seria crisis de identidad y de sentido. Preguntémonos el porqué.

En primer lugar, situémonos. La cultura judía estaba organizada en torno a la familia patriarcal, donde convivían abuelos, padres, madres, nietos? Hoy la familia se ve reducida a cuatro o tres personas, si cabe. Las costumbres con el paso del tiempo han ido evolucionando también desde el punto de vista legal, con lo cual aunque cambien las formas debemos buscar lo esencial de lo que significa la institución familiar.

En segundo lugar, el Evangelio nos propone descubrir en el relato la ejemplaridad de la familia de Nazaret donde realmente está, huyendo de toda idealización que lo único que consigue es meternos en un ambiente irreal que no conduce a ninguna parte. Sus relaciones, aunque se hayan desarrollado en un marco familiar distinto, pueden servirnos como ejemplo de valores humanos que debemos desarrollar, cualquiera que sea el modelo donde tenemos que vivirlos. Jesús predicó lo que vivió. Si predicó el amor, es decir, la entrega, el servicio, la solicitud por el otro, quiere decir que primero lo vivió él. Todo ser humano nace como proyecto que tiene que ir desarrollándose a lo largo de toda la vida con la ayuda de los demás.

En tercer lugar, estaremos todos de acuerdo en que todo ser humano necesita un lugar de acogida, de amor y cariño donde crecer. Sin embargo, nos encontramos que la sociedad que hemos montado está fragmentada por multitud de intereses y egoísmos que hacen que las personas vivan unas relaciones frías y distantes, desconfiadas, anárquicas, superficiales. Y en este contexto el sacrificio, el esfuerzo y la generosidad no son actitudes ni valoradas ni practicadas y, si no, vayan a una notaría y pregunten por los líos de testamentaria. Los lazos de sangre o de amor natural deberían ser puntos de apoyo para aprender a salir de nosotros mismos e ir a los demás con nuestra capacidad de entrega y servicio.

Por lo tanto, no nos escandalicemos si nosotros mismos provocamos estas situaciones. Jesús enseñó que todo ser humano debía relacionarse con los demás como exige su verdadero ser; a esta exigencia la llamaba voluntad de Dios. Dicho de otra manera: Jesús configura su ser en la hoguera de su casa, con su familia; es allí donde aprende a amar, a servir, a trabajar y a luchar por la justicia.