La palabra "mago" se refería en un primer momento a los astrólogos persas que leían el futuro en las estrellas. El único que escribió sobre esto en los evangelios canónicos de los Magos de Oriente fue San Mateo. Llegaron al palacio de Herodes buscando a un recién nacido, rey de los judíos, siguiendo la estela de una estrella que les había revelado el suceso. Herodes les hace prometer que volverán cuando sepan el lugar exacto y los engaña diciéndoles que él querría también adorarlo. Reencontraron de nuevo a la estrella y el pesebre, pero a la vuelta, estando dormidos, un ángel les avisa de que no pasen de nuevo por el palacio. Ellos siempre siguieron el rastro de un sueño.

Tiempo después dicha palabra pasó a significar demonio, brujo, como Simón el Mago que se identificaba con el anticristo. Y posteriormente, la iglesia católica quiso darle importancia a dichas figuras para destacar la alcurnia y dignidad de los visitantes que se presentaban en el portal de Belén, mezclados con los pastores de la zona. Los Reyes Magos se identificaron entonces con las razas de la tierra, simbolizando en ellos a todos los reyes del mundo. Así todos los habitantes del planeta se postraron ante el Rey de Reyes.

Está atestiguado que desde 1390 existía en la ciudad de Florencia un culto muy importante a los Reyes Magos, pues según consta en los documentos, se realizó un cortejo o desfile desde la catedral de San Marcos hasta el baptisterio, erigido, como en muchos otros lugares de la cristiandad, a semejanza de la rotonda del Santo Sepulcro de Jerusalén, (también en Zamora se reprodujo ese tipo de iglesia en la Casa Santa, de la que aún quedan vestigios, algunos de los cuales se pueden ver aún, embutidos en las paredes de unas tiendas y de una cafetería en el ángulo de la Plaza de Alemania con la calle de San Torcuato), para ofrecerle sus presentes al Niño Jesús, en la pila bautismal del edificio.

A partir de entonces en una iglesia dominica de Florencia se empezó a reunir una Cofradía de un barrio, llamada la Compañía de los Magos o de la Estrella, formada por los vecinos del lugar, que se encargaba de realizar cabalgatas por San Juan y por Navidad. Dicha Compañía era quien, subvencionada por los Medici, seguía celebrando allí en el siglo XV, cada tres años, el desfile callejero en el que se representaba, ya de manera suntuosa, el viaje de los Reyes Magos a Belén y la adoración del Niño o Epifanía, que en griego significaba "la manifestación a los hombres del Dios encarnado".

Era mucha la devoción que esta familia sentía por estos personajes, a través de la cual se desvelaban sus ocultas ansias de poder, aunque ante los ciudadanos representaran el papel de ser modelo de virtud cívica. Querían sembrar la idea del buen gobierno que sólo ellos podían llevar a cabo. Y no sólo mandó Cosme de Mediccis, El Gotoso, fundador de la saga, pintar a Fray Angélico en las paredes de una celda del dominico convento de San Marcos una Adoración de los Magos, a la que él se retiraba a meditar, sino que además erigió una bellísima capilla de diminutas dimensiones en su palacio de bella fachada almohadillada, el Medici Riccardi, con el mismo tema, donde cientos de personajes y animales se distribuyen y mezclan en sus paredes en escenas de cacería y costumbristas de manera asombrosa a lo largo de un serpenteante camino que lleva al portal de Belén, representado en el cuadro de la capilla en el altar mayor, pintado este por Filippo Lippi.

Esa afición encerraba por un lado el hecho religioso y por otro, trasuntos políticos de interés, para esa poderosa familia de banqueros.

Anteriormente, en 1439, los miembros más importantes de la misma habían participado en la ciudad en la ceremonia del fin del Cisma de la Iglesia y a la reunificación del cristianismo de oriente y occidente.

Casi todos los nobles florentinos se quedaron impactados al ver el lujo y las espléndidas vestimentas que llevaban los distintos dignatarios bizantinos asistentes al mismo, y amantes los Mediccis de los Reyes Magos, decidieron, como ya se ha citado, erigirles esa capilla en su palacio, cuyos frescos le encargó, Cosme, al gran Benozzo Gozzoli, quien se auto retrató en la pared este, con gorro naranja y ojos de color miel, que siguen mirando inquisitivamente a los espectadores a través del tiempo.

La obra duró desde 1459 a 1461. En ella se plasmó con una doble lectura y con todo su esplendor, no sólo el cortejo o cabalgata de los personajes que habían conocido en la ceremonia del fin del Cisma de Occidente, sino también un intrincado simbolismo teológico de los colores de las ropas, (el blanco, verde, rojo y azul representaban a los distintos barrios de la ciudad), y por supuesto de la política, superponiendo así de manera magistral la historia real de la familia y la propaganda, pues en dicha obra se rememoran tres hechos importantes: Las procesiones de la Epifanía, la visita a la ciudad del papa Pío II y el Concilio de Florencia. Precisamente en dicha visita en 1459 del papa Pío II y de Malatesta, señor de Rímini, en la plaza aledaña a la iglesia de la Santa Croce, cercana al palacio Medicci, hubo caza de leones, autómatas, baile y banquete en palacio y por la noche un desfile de jinetes armados a cuya cabeza iba un nieto de Cosme, Lorenzo, El Magnífico, vestido de forma exquisita todo de blanco, con guirnalda de plata y oro en la cabeza, que dejó sin aliento a los asistentes. Seguía mostrando su poder a los que lo rodeaban para acrecentar su fama y elevarse socialmente aún más dentro de su círculo.

Para entender la significación de lo representado en la capilla, hemos de saber que Cosme, tras oponerse al régimen oligárquico de Rinaldo Albizzi, fue arrestado en 1433 acusado de malversación (ni nuestro país, ni nuestra época son únicos en destacar en este tema), después fue encarcelado en el Palacio Viejo y enviado al exilio durante diez años. Ya se sabe que la gente de dinero tiene artimañas para no devolver lo malversado, así que Cosme acabó en Venecia durante ese tiempo, viviendo a cuerpo de rey, pero, por supuesto, siguiendo en contacto con los que acabarían levantándose contra su enemigo. (Una y otra vez se reviven historias actuales). Un año más tarde, en 1434, tras duros enfrentamientos entre unos y otros, Cosme regresó a Florencia, desterró a su rival y acabó siendo nombrado Padre de la Patria. Aficionado al arte y a la arquitectura se encargaría de cambiar la fisonomía de la ciudad con grandes construcciones y fue mecenas de numerosos artistas, todo ello para conseguir el beneplácito de los ciudadanos de todas las clases sociales, no sólo de reyes, sino también de los pastores, mejor dicho, de los vecinos del lugar.

Porque curiosamente, una de las primeras cosas que hizo, como buen político y banquero, fue controlar la Compañía de los Magos (siempre el control acaba definiendo a los personajes de renombre) y no lo hizo simplemente por una cuestión religiosa, celebrar epifanía, sino también, porque habiendo sido trasladadas las reliquias de los mismos, que llevó a Milán el arzobispo San Eustorgio en el siglo IV, (donde la torre de la iglesia del mismo nombre está rematada por una estrella), las cuales, a su vez, fueron encontradas por Santa Elena en Oriente, en la ciudad de Saba, donde habían sido enterrados y desde allí siglos más tarde fueron de nuevo trasladadas a Colonia por el emperador Federico I Barbarroja, pues se habían convertido en un símbolo del culto real, a través de las cuales se intercedía en el cielo para sacralizar el poder terrenal. Es decir, se producía la divinización del personaje o gobernante.

Pero esa desmedida afición por la epifanía del cívico ciudadano Cosme, también tenía que ver con la envidia que sentía por un acaudalado rival, llamado Palla Strozzi, quien a su vez le había encargado un retrato al pintor Gantile da Frabiano en medio de una Adoración, que se conservaba en la abadía de la Santísima Trinidad. Así que Cosme hizo representar a todos sus familiares, y ciudadanos vestidos con lujosas ropas y joyas espectaculares, el mismo montado sobre una humilde cabalgadura imitando la entrada de Jesús en Jerusalén, artistas, filósofos, esclavos, sirvientes, y al fondo una enigmática figura de un anciano Mago, sobre una mula que parece cabalgar tranquilamente. Para unos se trata del patriarca de Constantinopla que fue enterrado en Santa María Novella, la iglesia dominica de Florencia por antonomasia, para otros, del Emperador Segismundo de Luxemburgo, pues lleva la misma corona que el citado, pero lo más importante es que representa a la persona que hizo posible la reconciliación entre las diversas iglesias cristianas. Se produjo así un proceso de identificación entre Cosme y la figura de los Reyes, el mismo Aeneas Piccolomini afirmó que Cosme era en todo un rey "menos en el título". Así las pinturas de su capilla son el símbolo de la herencia dejada por "un rey" a sus descendientes.

Desgraciadamente, el simbolismo de la estrella varió significativamente y esa tradición tan hermosa cambió con el tiempo, dejó de ser la guía de los viajeros hacia sus sueños, para acabar convertida en la guía de la ambición desmesurada de los políticos hacia el poder y el dinero, para hacerle creer a los ciudadanos lo imprescindibles que eran y son todos ellos para el buen gobierno de un país.