No es cierto que nunca hayamos estado tan expuestos al ojo público y al escrutinio de los demás como en la actualidad. Es verdad que las redes sociales o las herramientas tecnológicas que van siguiendo nuestros pasos cuando compramos, hablamos por teléfono, aparcamos o realizamos una gestión, por poner solo cuatro actividades que hacemos casi a diario, tienen un control sobre nuestras vidas, mucho más de lo que a simple vista podemos imaginar. Pero de ahí a pensar que es sobre todo ahora cuando estamos sometidos a una vigilancia por parte del gran hermano, que todo lo ve y que casi nunca es visto, va un trecho. El control virtual existe y no podemos desmerecer su influencia; por tanto, sería una insensatez cerrar los ojos y pasar por alto las consecuencias del mismo. No obstante, en la historia de la humanidad ha habido otras formas de control social, más cercanas y a veces mucho más crueles que las actuales, que han dejado sus huellas en la vida de las personas.

En contextos teóricamente tan diferentes como el que estamos viviendo, como las pequeñas localidades rurales o las comunidades de vecinos en una ciudad, el control, tanto formal como sobre todo informal por parte de unos sobre otros, ha sido y sigue siendo una constante, de cuyas influencias es muy difícil desprenderse. Quienes han vivido o viven en pequeños pueblos saben que todo el mundo se conoce y que la vida personal y familiar está en boca de casi todos. En estos contextos, la intimidad prácticamente no existe y es muy raro que los vecinos no sepan qué has hecho ayer, con quién has salido a tomar el vermut, si sueles ir a misa o prefieres salir de caza con los amigos, si te gusta la zumba o disfrutas mucho más viendo la telenovela, si has reñido con la vecina o te has encariñado con el nuevo residente de la esquina. Por no hablar de los dimes y diretes que circulan sobre unos y otros, muchas veces falsos, que pueden minar las relaciones sociales y, por consiguiente, la confianza entre los miembros de la pequeña comunidad.

Estas situaciones son también formas de control social y, aunque pueda parecer todo lo contrario, sus consecuencias se han vivido y aún se siguen viviendo con mucha más intensidad y preocupación que los efectos de la vigilancia que puedan ejercerse a través de los artefactos tecnológicos en la actualidad. Que, por ejemplo, en una localidad alguien fabrique un bulo, te ponga en el ojo del huracán, estés en boca de todos y seas el hazmerreír de unos y otros, ¿cómo se puede vivir? Entiendo que con mucha más intensidad que si ese mismo bulo circula en las redes sociales y es fabricado por algún desconocido con quien no tienes que cruzarte a diario en la cola de la panadería, en la barra del bar o en la misa de doce. Que hoy estemos expuestos a la inspección que sobre nuestras vidas ejercen las nuevas tecnologías no quiere decir que en el pasado, y aún hoy, no hayamos sufrido las consecuencias, a veces muy dañinas, del control social que se ejerce, como por arte de magia, en las pequeñas localidades, pueblos o comunidades de vecinos.