El 7 de julio de 2008 Nagore Laffage, una joven estudiante de Enfermería de tan solo 20 años, moría a golpes y estrangulada en casa del alumno de Psiquiatría Diego Yllanes, de 27 años. ¿Por qué? Nagore se negó a mantener relaciones sexuales con él después de que el hombre, de 1,82 metros de altura y 80 kilos de peso, la arrancara la ropa interior a pedazos. La violencia extrema en la que se había transformado el encuentro obligó a Nagore a esconderse, aterrada, en el cuarto de baño. Ella le gritaba que le denunciaría, pero la advertencia solo logró aumentar la fiereza de su agresor. Antes de que la atrapase llegó a llamar desde el lugar de su cautiverio a los servicios de emergencia, el 112: Lloraba y pedía ayuda: "¡Por favor, me va a matar!". Eso fue lo que ocurrió. Murió por decir que no.

Llegué a conocer a Nagore, pero sobre todo a su madre, Asun Casasola, amiga de mi familia y vecina en Irún. En uno de los incontables ratos de rabia, de dolor inmenso llegó a expresar en voz alta: "¿Por qué no cerró los ojos y dejó que la violara? por qué se resistió?? Estaría viva". Su hija habría padecido dolor, humillación y vejaciones, pero tal vez, solo tal vez, estaría con vida si hubiera cerrado los ojos y sometido al lobo solitario que la asaltó.

Misma fecha, ocho años después. El 7 de julio de 2016 una madrileña aún más joven, de apenas 18 años, denuncia una violación por parte de cinco jóvenes sevillanos que en su grupo de WhatsApp se autodenominan "La manada". Ella hizo lo contrario que Nagore, decidió cerrar los ojos y dejarse hacer con tal de que aquella tortura terminase cuanto antes. Ese ha sido su testimonio en las diligencias y en el juicio celebrado durante estos días en Pamplona. Humillada, agredida salvajemente, pero viva. Viva, que era a lo que se aferraba Asun Casasola para no tener que llorar a su hija para siempre. El caso de Nagore lo juzgó un tribunal popular que consideró al adinerado psiquiatra, miembro de una distinguida familia, culpable de un delito de homicidio, no de asesinato. Determinó como atenuantes su arrepentimiento, las indemnizaciones a la familia Laffage-Casasola, el haber bebido? De los doce años y medio impuestos como pena, el homicida solo ha cumplido 8 años y 11 meses. Ha obtenido el tercer grado penitenciario y está trabajando en el equipo de psiquiatría de la consulta del doctor Carlos Chiclana, con sede en Madrid y Sevilla. Por las noches acude a dormir a la cárcel de Zuera, en Zaragoza. En el juicio, Asun Casasola tuvo que escuchar cómo le preguntaban: "¿Era su hija muy ligona?".

Ahora, ocho años después, a la joven que optó por cerrar los ojos y esperar a que todo pasara, se le ha preguntado si sintió dolor con las penetraciones de la violación grupal que denunció. Ante su respuesta, que no lo recordaba, un abogado de la defensa de los acusados mostró su extrañeza. Según él porque hay que estar "excitada" para no sentir nada?

A Nagore y a la joven madrileña les separa la vida y la muerte. Pero también una sociedad y un sistema miope que se dedica a poner la lupa en la víctima en lugar de en los agresores. Una sociedad que habitualmente cierra los ojos y juzga al que debería proteger. Sin duda, la trascendencia de todo esto no es tan simple como cerrar los ojos y vivir, o pelear y morir. Una joven de apenas 18 años de fiesta en los Sanfermines, tras beber alcohol, bailar o incluso llega a besarse con uno de los acusados. ¿El beso justifica la violación grupal? ¿La humillación de las grabaciones? El "¿Valeee, quillo, déjame ahora a mí?". Esta madrileña llegó a Pamplona para pasarlo bien y nada ni nadie debería habérselo impedido. Las relaciones sexuales dejan de ser consentidas en cuanto se mantienen de forma unilateral, con intimidación o fuerza, y aprovechando situaciones de debilidad. Basta de comentarios de pretendida jocosidad y de realidad repugnante, de argumentarios de abogados que deberían revisar su ética profesional por propia iniciativa o a instancias de quienes marcan la práctica deontológica. No es no. En Pamplona y Singapur. Basta de escuchar: "Si sales con vida es que no te disgustó tanto; si cierras los ojos eres consentidora", "Seguro que ella disfrutó más que yo".

Asun, estas líneas las escribo desde el cariño en estos días en que las heridas se reabren porque los recuerdos permanecen siempre. Sabes que Nagore luchó hasta el final por su propia libertad. Lo que pensó que podía ser un fin de madrugada romántica en casa del apuesto psiquiatra acabó en muerte porque decidió no cerrar los ojos. Por ella, y por la víctima de La Manada, que sí los cerró, hay que seguir con tu cruzada más viva que nunca, alentada por toda una sociedad.

"El poder del lobo reside en la manada", lleva tatuado uno de los cinco acusados de la violación a la joven madrileña. La sociedad civilizada y cívica no necesita lobos solitarios ni machos dominantes porque somos los que creemos en la libertad y en la igualdad. Nagore, desde donde estés, abre bien los ojos para ver cómo se hace justicia. Te la mereces. Se la merece. Nos la merecemos todos.