La primera vez que vi un cangilón estaba en casa de mi abuela Primitiva. Recuerdo cómo me gustaba aquel chorizo con pan a media tarde, en un descanso de nuestros juegos infantiles. Le pregunté por qué estaba tan rico y me dijo que era porque lo conservaba en manteca dentro del cangilón. Me enseñó cómo hacía para poner en un cántaro de barro la manteca derretida del cerdo para después introducir las ristras de chorizo antes de que esta se cuajara. Ya vemos que hoy se envasa el embutido al vacío, en atmósfera conservante o se congela en arcones, pero de ninguna manera he vuelto a probar manjar tan exquisito como aquél que me diera mi abuela hace casi cincuenta años. También recuerdo, poco antes de su fallecimiento, su comentario sobre la juventud del momento y su compromiso con la sociedad. Afirmaba que veía mucha comodidad, poco esfuerzo, "como si esta gente se hubiera criado en el cangilón de la manteca".

Aquella expresión tan entrañable se convierte hoy en metáfora para referirme a la Constitución de 1978 o a la generación que nace con ella. Encuentro demasiadas personas que rondan los cuarenta años carentes de pulso ciudadano, con escasa capacidad de sufrimiento y abonados al tramposo desencanto, apenas dispuestos a romper su rutina ni a comprometerse socialmente. Están dando algunos ejemplos a sus hijos bastante preocupantes. Les proporcionan todos los caprichos y no les muestran el valor del propio esfuerzo como el mejor camino para conseguir lo deseado. Se trata de sobreprotección.

Muchos niños y adolescentes observan en sus familias actitudes xenófobas, insolidarias y poco empáticas. Oyen a sus padres y abuelos constantes descalificaciones de nuestro sistema político, sin ser capaces de realizar una crítica constructiva de los males de nuestros gobiernos, ¡que son muchos! Es muy peligroso mantener esta actitud de desprecio generalizado sin hacer matices y sin proponer alternativas - ¿o es que conocen otro régimen político "menos malo" que el contemplado en la Constitución? -, sin olvidar que necesitamos mejorar nuestra forma de gobernarnos y que las instituciones se pongan al servicio de los ciudadanos y no de oscuros intereses particulares. Ya es momento de hablar de nuestra Carta Magna. Cumplirá cuarenta años y apenas fue modificado su texto en dos ocasiones: la primera en 1992, para permitir que los ciudadanos de otros países de la UE residentes en España pudieran ir en las listas para las elecciones municipales y la segunda, en septiembre de 2011, recogida en el artículo 135, con el fin de garantizar el principio de estabilidad presupuestaria y de no incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos por la UE. Esta modificación es fuente constante de polémicas, pues gran parte de la población considera que debiera ser prioritaria la financiación de la educación, la sanidad y el sistema público de pensiones.

Estoy convencido de que resulta muy necesaria la reforma constitucional; no podemos permitirnos que siga en el cangilón de la manteca, ajena a los tiempos que corren y a las necesidades de la sociedad, profundamente diferente a la de hace cuatro décadas. Así lo han manifestado diez catedráticos de Derecho Constitucional y Administrativo, entre ellos Santiago Muñoz Machado. Su documento "Ideas para una reforma de la Constitución" debería orientar a nuestros políticos en este imprescindible cometido. Sería deseable que dejaran su estúpido lenguaje de madera y se pusieran a trabajar en serio. Se nos está acabando la paciencia y los acontecimientos comienzan a reclamar otras respuestas más ajustadas a la realidad. No me refiero sólo a Cataluña y al insensato independentismo, pues desde hace años debe abordarse una reforma del modelo territorial; hay otras razones de peso a considerar, como el papel de los partidos políticos y su funcionamiento - la semana pasada supimos que el PP será juzgado por borrar los ordenadores de Bárcenas para destruir pruebas de la caja B, además de que ya quedó probada su financiación ilegal -, la propia ley electoral, el reconocimiento de garantías de algunos derechos sociales o la incorporación de una cláusula europea.

Debemos superar la evidente ruptura entre la ciudadanía y la clase política. También hace falta recuperar la confianza en las instituciones y en su gobernanza. Con una modificación que sea fruto del consenso, que se centre en aquello que sí se puede acordar, evitando en un principio los asuntos más controvertidos, seleccionando qué es más urgente para devolver el pulso regular al funcionamiento del Estado, estaríamos, entonces sí, en el buen camino para renovar la legitimidad y la función integradora del texto constitucional.

A los partidos políticos y a sus representantes les pediría lo mismo que propuso el profesor Eduardo Fuentes Ganzo en una estupenda ponencia titulada "La Constitución Española en el contexto educativo": pedagogía constitucional, una propuesta lanzada con el ánimo de hacer más evidente y comprensible la importancia de lo que en ella se defiende, una vida digna para todos y un estado social y de derecho que nos garantice que nadie juegue con "las cosas de comer".