Todo profesional, como obligación principal que tiene, debe procurar, en base a los conocimientos que debiera haber adquirido durante sus años de estudio; de ahí la importancia de que haya tenido la suerte de tener buenas docentes que le hayan transmitido abundantes y actualizados saberes, como los instrumentos, técnicas y motivaciones, para que los sigan adquiriendo a lo largo de su vida profesional, en la medida de su vocación, espíritu de superación y posibilidades intelectuales; tiene la obligación ineludible de solucionar la problemática que su "clientela" tenga y le plantee; la cuál será más satisfactoria cuanto más sepa, pues las probabilidades de realizar un correcto "diagnóstico" y posterior "tratamiento", serán más elevadas; con lo que se alcanzará un mayor bienestar de la "paciente", como el prestigio de quien, en el desempeño de sus obligaciones laborales, así procede.

La vocación, para conseguir tales características y actitudes, es fundamental; pues difícilmente se puede dedicar y entregar plenamente, primeramente a la adquisición de conocimientos profesionales con lo que supone de durísimo trabajo, entrega, tiempo, esfuerzo, etc; y, posteriormente dar de sí todo lo que la ética, la deontología, y el ordenamiento jurídico exige, especialmente en el orden penal, si hubiere negligencia, falta de atención debida y suficiente a la "paciente", con los posibles perjuicios que a ésta le pudiera causar, a veces, de carácter irreversible para su normal desenvolvimiento en la vida ordinaria, por las secuelas que pudieran causarle, incluso la muerte. Por ello, sobre todo la primera vez que se acude a la médica, la auscultación completa, las analíticas exhaustivas y demás pruebas a que hubiere lugar para obtener una visión íntegra de su estado de salud, es fundamental e inexcusable.

Cuando se trata del ejercicio de la actividad sanitaria, especialmente, más si cabe, otra cualidad que debieran tener quiénes a ella se dedican; se supone que voluntariamente y a cambio de unas adecuadas retribuciones monetarias; es la empatía, es decir, ponerse en el lugar de quiénes recurren a sus servicios, muchas veces muy preocupados, muy nerviosos, muy temerosos, a veces sin saber expresar correctamente la sintomatología que el aqueja, etc; para procurar inspirarle confianza, comprensión, obtener toda la información posible de su posible malestar y dolencia; lo que le generará al paciente tranquilidad y, por ello, entre otras, una mejor exposición de sus dolencias y, como resultado, su óptimo conocimiento por la galena y curación, siempre que la técnica y la ciencia, es decir "el estado del arte", lo permita. A estos efectos, las profesionales de la sanidad deben tener presente que también son de "carne y hueso" y, como debieran saber, ellas están sometidas a los mismos riesgos y probabilidades de que doña enfermedad las visite; y que les gustaría, como a toda hija de vecina, que el trato tanto profesional como humano fueran exquisitos, comprensivo, humano, etc etc etc.

Y como todo desempeño de una profesión u oficio, las compensaciones económicas deben estar en armonía con el coste de obtención de los saberes "hipocráticos", de la complejidad de la patología subsanada, del valor del instrumental y equipamiento empleado, del personal implicado etc; que no debieran superar a los correspondientes a los grandes artistas y futbolísticas, pienso, por los desmesurado las mismas.

Ah, y también muy importante; por las repercusiones mediáticas que suelen tener, entre otros motivo, especialmente si dichas profesionales ejercen cargos públicos; la ejemplaridad en la vida ordinaria, respecto al consumo de alcohol, sustancias psicotrópicas, etc.., de tan nefastas consecuencias para la propia salud y las de los demás si provocan accidentes de tráfico.

Sancho de Moncada