Lo que parecía imposible se ha hecho realidad, Robert Mugabe, durante más de 37 años todopoderoso presidente de Zimbabue ha dimitido, con todo el país en su contra y en el de la hasta entonces primera dama a la que quería dejar como "heredera" del sillón presidencial. La caída de Mugabe puede dar esperanzas a un buen número de países africanos gobernados por auténticos sátrapas, por gente de lo más corrupto, cuántos de ellos auténticos salvajes que han dominado a sus gobernados por el miedo, la tortura y las armas.

El fin de la era Mugabe podría ser el primer eslabón de esa larga cadena que pasa ineludiblemente por Angola, Togo y Guinea Ecuatorial. Teodoro Obiang, todopoderoso presidente ecuatoguineano se ha convertido en el más veterano del continente negro. Me parece verlo llegar con su uniforme de un blanco impoluto a Santa Isabel de Fernando Poo, procedente de la Academia Militar de Zaragoza. Guinea Ecuatorial se acababa de independizar de España. Francisco Macías Nguema, había resultado elegido democráticamente presidente del recién constituido país. Se le vio venir desde el principio.

Proviniendo de la etnia dominante, quiso acabar con los bubis y casi lo consigue. El sobrino acabó con su dictadura dando un golpe de Estado que lo ha perpetuado a través de los años haciendo bueno al tío. Guinea Ecuatorial no tuvo suerte con sus mandatarios. Muchos guineanos darían algo por volver a tiempos anteriores a la independencia. Obiang es el último superviviente en una de las potencias petroleras más herméticas y menos transparentes del continente africano. Uno de esos ejemplares intocables con buenas relaciones en Europa y Estados Unidos.

Un petróleo que permite a Obiang y al heredero del imperio, su hijo Teodorín Obiang disfrutar de un tren de vida impensable dentro y fuera de África, hasta el punto de que el "chiquitín" es adicto y adepto a los coches de gran cilindrada, las grandes mansiones en las mejores ciudades del mundo, la ropa de marca y las orgías en las que es capaz de gastarse una fortuna. Los Obiang de África se reparten el cotarro y no comparten con los ciudadanos salvo que estos formen parte de la élite.

Ojalá que el fin de la era Mugabe inspire a otras sociedades africanas impulsándolas a derrocar a esos líderes que se han perpetuado en el poder, aferrándose al sillón presidencial para, de esa forma, acabar con el nepotismo que ha sido la nota predominante de tantos mandatos con nombre propio. Gracias a la caída de Mugabe que, no obstante, se ha blindado, sabemos que esta gente no es eterna, que también tienen fecha de caducidad aunque esté siendo demasiado larga en el tiempo. Estar apegados al poder no quiere decir que sean eternos. A lo mejor, la oposición en el exilio se anima a presentar batalla, por supuesto incruenta, a uno de los últimos tiranos negros.