Varios son los encuentros e iniciativas que tienen en el Diálogo Social de Castilla y León su epicentro. Son varias las iniciativas previstas para analizar las potencialidades de este instrumento de concertación laboral que lleva en la Comunidad dieciséis años de recorrido ciertamente exitoso. Y no es para menos si se hace un repaso objetivo a lo que significa y, sobre todo, al contenido del centenar de acuerdos suscritos en este tiempo entre los agentes sociales y la Administración. Como bien dice el presidente de la Junta, el Diálogo es fruto de un sindicalismo inteligente, el que, sin desdeñar sus legítimas reivindicaciones, trata de influir en las políticas públicas, a lo que se une el compromiso también de una patronal responsable. El mérito es de ellos y del Ejecutivo autonómico, que ha creído en esta fórmula que es seña de identidad, dotándola además del sustrato económico imprescindible.

Para quienes ven siempre la botella medio vacía, hay que reiterar que este Diálogo Social es el que ha inspirado otros constituidos en territorios a los que, curiosamente, miramos de reojo por su capacidad emprendedora, como son La Rioja y Navarra. Tampoco está de más subrayar de nuevo que el éxito de este modelo radica en llegar a acuerdos entre quienes piensan diferente. Para ello, lo primero que han tenido que hacer ha sido pactar los desacuerdos y, después, convencer a unos y a otros de que hay políticas posibles, pero que siempre serán mejores aquellas que surjan del diálogo y de la voluntad de las partes. Al fin y al cabo se trata de alcanzar pactos que beneficien al conjunto de los ciudadanos por encima de ideologías e intereses personales, haciéndolo precisamente sobre la base de la confianza mutua: la verdadera esencia del Diálogo Social.

Ahora este modelo empieza a extenderse a otros niveles administrativos y a otros territorios, incluso fuera de nuestras fronteras, lo cual no deja de ser satisfactorio para una cultura que, como la castellana y leonesa, vive demasiadas veces mirando el retrovisor de la historia. Porque lo trascedente de este modelo es su pragmática capacidad para resolver problemas reales de la gente, desde un plausible afán por defender lo que nos une frente a ese otro modelo basado en la diferencia y el antagonismo recalcitrante.