La semana ha estado envuelta en una polémica que aún no he entendido: la campaña contra la violencia de género promovida por el Ayuntamiento de Zamora. La utilización de chistes machistas, muy visibles por sus grandes dimensiones, y, a renglón seguido, un eslogan, con un tamaño mucho más diminuto, con el mensaje de que la violencia contra las mujeres no es un chiste y que no tenemos que ser cómplices, no ha dejado indiferente a casi nadie. Hasta en el Senado, en la prensa escrita y en varios programas de televisión de alcance nacional se ha hablado de ella, por no insistir en los debates que se han producido aquí, en la capital, entre los ciudadanos que se han puesto a favor o en contra, que de todo ha habido en la viña del señor. La campaña ha tenido una segunda fase, con preguntas muy directas: "¿Y ahora qué? ¿Vas a volver a contar algún chiste machista?". Según parece, la campaña estaba organizada en dos momentos sucesivos, lo que ha aclarado en gran parte la polémica inicial.

Yo saqué este asunto el pasado jueves en la comida de trabajo con varias blogueras, muy reconocidas a nivel nacional, que tratan temas de género y que habían participado en un encuentro con docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Salamanca. Una de las blogueras manifestó su malestar con este tipo de campañas y la utilización de recursos llamativos, como en este caso los chistes machistas, para llamar la atención o concienciar del problema social que se quiere erradicar. Según ella, suelen ser métodos contraproducentes que, lejos de conseguir el objetivo que se persigue, pueden fomentar o incluso incrementar las conductas de violencia, acoso o menosprecio hacia las mujeres. Llevo tres días pensando en sus razonamientos y he de confesar que, en estos momentos, aún no soy consciente o no llego a visualizar que la campaña del Ayuntamiento de la capital, al menos en su primera fase, pueda haber contribuido a denigrar la imagen de la mujer y a fortalecer las conductas violentas contra ellas.

Reconocer públicamente que los chistes machistas forman parte de nuestra atmósfera social y colectiva no debería sorprendernos; al contrario, creo que es un acierto ponerlos encima de la mesa por parte de una administración pública con el fin de reflexionar sobre el alcance que pueden tener en las relaciones sociales entre hombres y mujeres. Estos chistes, tan habituales en las fiestas de cumpleaños, en las peñas o en cualquier celebración que se precie, nunca deberían ser aplaudidos. Por mucho que quiera razonarse que suelen compartirse en ambientes relajados y distendidos, los chistes que atentan contra la dignidad de las personas deberían ser reprobados públicamente por quienes los escuchan. Y no solo debemos hablar de chistes contra las mujeres o los hombres, que también existen, sino de chistes contra determinados colectivos que no han tenido muy buena prensa: mariquitas, gangosos, personas de color, etc. Por tanto, si una campaña, aunque sea muy provocadora, es capaz de hacernos pensar sobre estos temas, bienvenida sea.