El ciudadano normal no entiende algunas situaciones peculiares que se están dando en España a las que no se les pone remedio, por lo menos, para evitar que se puedan repetir en el futuro. Coincido con la indudable mayoría de compatriotas en que -¿a pesar de ser legal?- haya 12 candidatos a las próximas elecciones catalanas imputados por la justicia (algunos incluso en la cárcel y otros huidos) por malversación, sedición y otros delitos. ¿Cómo es posible que los políticos de nuestro país no cambien el ordenamiento jurídico para que no se repitan estas extrañas circunstancias?

También cuesta aceptar que los obispos de La Conferencia Episcopal hayan tardado tanto -27 días- en apoyar la aplicación del artículo 155. Esta institución ha estado durante todo el periodo anterior al referéndum ilegal en una calculada posición de ambigüedad y equidistancia; por aquello de que, por si acaso, no hay que mojarse. Me temo que habrá muchos ciudadanos que no les tengan en cuenta en su próxima declaración sobre la renta.

Como sabrán ustedes, se han cumplido quince años del hundimiento del "Prestige" que nos trae a la memoria aquellas impactantes imágenes de voluntarios recogiendo el vertido con escasez de medios y hasta con las manos. Leo en unas declaraciones hechas recientemente por algunos afectados que hubo tal manguerazo de dinero que reconocen sin pudor que "muchos se han forrado" (sic) con las indemnizaciones. Es difícil de admitir que la impericia del Gobierno de entonces (Rajoy era vicepresidente y portavoz) para gestionar aquella deplorable situación haya sido resuelta, para acallar protestas, con un mogollón de pasta de todos los españoles y seguramente sin control, fomentando que hubiera gente que se forrara a costa de una situación de desgracia.

Les diré que igualmente me resulta duro aceptar la habitual deficiente comunicación del Gobierno en el insoportable proceso catalán. Uno ve, oye y lee en los medios a los ministros de Interior, Exteriores y, en ocasiones, al Portavoz y se queda perplejo y un poco deprimido. Siempre van en sus respuestas a remolque de las declaraciones, soflamas y arengas de los independentistas, hasta tal punto que, en vez de anticiparse, casi siempre aparecen con retraso para desmentir lo que aquellos han difundido y, además, lo hacen con escasa riqueza lingüística, balbucientes y apoyándose en muletillas (...eh, ?eh), con una monotonía y falta de énfasis que el mensaje, a pesar de ser verídico y certero, queda mermado en su credibilidad. Un ministro no solamente tiene que ser muy competente en sus materias específicas (estos parece que lo son), sino que también tiene que comunicar como un académico y, en eso los tres tienen mucho que mejorar.