Aquel día nos levantamos con el dolor acarreado por duros momentos vividos, pero con la certeza de saber que ibas a llegar a nuestras vidas, para darnos una alegría y una nueva ilusión y llegaste.

Transformando nuestros rostros angustiados por unas amplias sonrisas y dimos hondos suspiros, pero esta vez de satisfacción. Eras el último eslabón, en esos momentos, de una gran familia. Todos hicimos un montón de reflexiones positivas porque eras el comienzo de cosas buenas en nuestras vidas.

Nos diste tantas esperanzas con tu bonita cara sonrosada y tus deditos en posición de victoria...Tu padre dijo al verte: "Ahora sí". Y con esas palabras sentí tanta paz. Todos te admiramos como lo que eras, una vida nueva que nos daba, a todos, un empujón para aliviar malos y duros momentos por otras ausencias en nuestras vidas. Todos, esa noche, nos acostamos radiantes, con una enorme felicidad en nuestro corazón y nadie se esperaba que la alegría con la que nos acostamos iba solamente a durar unas horas de sueño. ¡Pero qué poquito nos duró la felicidad! Te fuiste casi a la misma hora que llegaste el día anterior. Nos rompiste. Nuestra alegría se tornó dolor, rabia, impotencia...

Ninguno entendíamos el por qué. Seguimos sin entenderlo. Solamente estuviste un día con nosotros, solo uno, pero ya eras parte de nuestra familia. Esa familia, que vuelva a estar rota y hundida por tu ausencia.

Solo un día entre nosotros, pero el resto de nuestras vidas en nuestro recuerdo.

¡Hasta luego Sofía!

María Teresa García González