Qué difícil resulta reconocer lo que dice el título de este artículo y cuántos disgustos nos acarrea, como personas y comunidad, no hacerlo. Si analizan con detenimiento las decisiones que han tomado la última semana, concluirán que en muchas ocasiones actuaron con poca sencillez, desde la seguridad de prejuicios o de verdades efímeras que no hubieran soportado una detenida reflexión. Solemos establecernos cómodamente en el autoengaño. Qué a gusto nos encontramos justificando cualquier estupidez perpetrada por nuestro comportamiento irreflexivo. Cuánto nos cuesta reconocer nuestras carencias. Nuestra mente, tan aséptica, trata de limpiar de nuestra conciencia cualquier elemento perturbador. No queremos ver la evidencia de nuestro atropello. Estamos en la fase del "inconscientemente incompetente", afortunada expresión que tomo de la Programación Neurolingüística; en otras palabras: no sé que no sé. Esa es la mayor desgracia en que podemos asentarnos y que debemos combatir en todo caso. Ya sea porque nos veamos a nosotros mismos demasiado seguros, derrochando superioridad y aconsejando a medio mundo, desgranando expresiones, tipo chancleta, "ya lo decía yo", "no sé si me entiendes", que revelan nuestro propio deterioro, porque nos cuesta admitir una realidad que desmienta nuestro parecer o nuestras expectativas. O sea porque encontremos en nuestro entorno familiar, laboral o escolar, demasiados ejemplos de fanatismo, engreimiento y falta de humildad. Sin olvidar las redes sociales, propicio caldo de cultivo para que proliferen estos gérmenes patógenos, tan nocivos para el tejido social.

Sócrates, cinco siglos antes de Cristo, nos adelantó el remedio más eficaz para combatir la estupidez humana: reconocer la propia ignorancia. Lo hace con una célebre frase que recogió su discípulo Platón en la obra Apología de Sócrates: "Sólo sé que no sé nada y, al saber que no sé nada, algo sé; porque sé que no sé nada". Hablaba de humildad, de que el comienzo de cualquier aprendizaje exige sencillez. También curiosidad y una mirada abierta a las sorpresas. No resulta fácil desnudarse de tantos ropajes como nos envuelven. Corren peligro nuestras seguridades personales, afloran nuestras limitaciones y aparece el vértigo. Pero hay que explorar. Lo hacemos en nuestras clases de Bachillerato y es complicado dejar en evidencia la endeblez de tus verdades ante los compañeros, pero debemos hacerlo, no podemos permanecer en el engaño. Tenemos miedo a perdernos en el bosque la primera vez que lo atravesamos, después ganamos en seguridad, aprendemos las sendas más seguras.

La semana pasada participé en una mesa redonda en Zamora, con el título: "Educar para la democracia", dentro de una jornada en la que se presentaba la Red de Escuelas de Ciudadanía, una iniciativa muy loable de la Fundación CIVES. Fue muy divertido e instructivo escuchar las iniciativas que está poniendo en marcha el ayuntamiento de la capital, muy bien orientadas y sinceramente comprometidas con la urgente necesidad de trabajar en la formación cívica de los vecinos. Otro tanto debo decir de la intervención del decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, José Manuel del Barrio, pues dejó muy claro que desde su ámbito docente urge conectar la actividad académica con el contexto social en que se produce; la vida universitaria debe mirar y responder a los retos del entorno. En mi intervención advertí de la imperiosa tarea que tenemos por delante en escuelas, institutos y familias. Se trata de preparar a nuestros hijos y alumnos para vivir en democracia. No saben, no. Aunque creen saber. Estamos en el primer estadio: no saben que no saben. Su inconsciencia debería avergonzarnos, sobre todo a los sucesivos gobiernos españoles desde que murió el dictador Franco. Fueron timoratos, incompetentes e irresponsables, los conservadores y los progresistas, porque no entendieron, como sí lo hicieron los demás países de la Unión Europea, la necesidad de educar en democracia. Pensaron que eso ya lo harían las familias, pero en su error no entendieron que estas habían sido formadas, en su mayoría, en los principios fundamentales del Movimiento Nacional. ¡Qué estúpidos!

En fin, que España ha podido soportar toda suerte de nefastos políticos, corruptas tramas, partidos financiados ilegalmente, instituciones al servicio de intereses espurios, como la Diputación de Zamora, y hasta descerebrados independentistas; pero lo que no podrá soportar demasiado tiempo más es una ciudadanía sin valores democráticos.

Quiero recordarles que el pasado 16 de noviembre se celebró el Día Mundial de la Filosofía y que se publicó un manifiesto con el título: "Filosofía y responsabilidad política y ciudadana". Me uno a su contenido como ya hicieron otros insignes representantes del pensamiento español como Javier Gomá, Adela Cortina, Manuel Cruz, Victoria Camps y Daniel Innerarity, entre otros. En él se denuncia el menoscabo educativo e institucional de las Humanidades y recuerda que: "la filosofía, al situarse entre la conciencia de ignorancia y la voluntad de conocimiento, permite adoptar una actitud imaginativa y realista a la vez para la resolución de conflictos sociales y una alternativa a aquellas que reducen la complejidad a elementos binarios y unívocos".