Hubo un tiempo en el que se iba al cine no solo para ver una película sino para estar caliente en invierno y fresquito en verano, porque en las casas apenas si había calefacción y mucho menos aire acondicionado. Era la época en el que el start system se imponía en Hollywood, que era como decir en el mundo. Así se decía que se iba a ver a una peli de Marlon Brando, Kirk Douglas o Montgomery Cliff, si era uno de estos actores quien la protagonizaba. Poco importaba que estuviera dirigida por Ford, Lumet o Pollack, porque lo que importaba eran los actores. A las pantallas de los cines de aquella época se anteponía un telón que se descorría segundos antes de comenzar la proyección, lo que hacía que aquel momento llegara a resultar mágico. De ahí se pasó al neorrealismo italiano, y se empezó a hablar de directores, como De Sica, Fellini, Rosellini o Visconti, a los que sucedió, una década después, la nouvelle vague francesa representada por Godard, Truffaut o Resnais, en que primaban los guiones y la forma de contar las películas, dándoles mayor realismo por mucho menos dinero. Estas pelis se proyectaban en cines de menores dimensiones, conocidos como minicines y salas de arte y ensayo, según los casos, que permitían verlas en versión original con subtítulos. Cuando quisimos darnos cuenta se había pasado a rodar en croma, sobre fondo verde, añadiendo en la postproducción efectos digitales y reduciendo notablemente los costos, lo que lo agradecieron las películas de alto presupuesto. Es en esta época, en la que ahora nos encontramos, cuando los cines están ubicados en grandes centros comerciales alejados del centro de las ciudades, donde se comen palomitas a porrillo, se bebe Coca-Cola y no se sabe que es eso de las localidades numeradas, aquellas que permitían sentarse en un lugar concreto, sin necesidad de estar guardando cola para poder elegir asiento.

En todos estos años, la sociedad ha cambiado mucho, pero no ha sido el cine quien ha influido en ella, sino, más bien todo lo contrario, ha sido la sociedad quien ha hecho cambiar la manera de hacer cine, para poder seguir siendo consumido, pues, al fin y a la postre de lo que se trata es de vender un producto, para que la industria cinematográfica llegue a obtener beneficios. El cine y la sociedad occidental han dejado atrás las penurias de antaño para pasar a ser protagonistas de un consumismo exagerado. Entre medias de estas dos situaciones, se ha visto como aumentaba el número de alumnos que pasaban por la universidad, aunque este efecto no se haya notado demasiado.

En todas estas épocas siempre ha habido de todo, desde joyas cinematográficas a bodrios infumables, proliferando estos últimos. Ahora, nos encontramos en el momento en el que todo es poco, en el que exigimos que la gallina siga poniendo huevos, y que seamos nosotros, y no otros, quienes los recojamos cada mañana, eligiendo los que mejor se frían en nuestra sartén. La sociedad occidental ya no pasa frio ni hambrunas, y tampoco le preocupa si existen o no salas de arte y ensayo, porque prefiere las pelis con guiones ingenuos o estúpidos, envueltos en el insulso olor de las palomitas. Pero no es por casualidad, sino porque interesa que la cosa sea así, por eso se hace lo posible para que escasee el cine independiente, con o sin subtítulos, porque no se quiere que la gente piense demasiado. De ahí que se financien grandes producciones vacías de contenido, con efectos especiales digitalizados hasta la médula, con historias insípidas que tienen que llenarse de peleas, combates, o zombis, para que entretengan al personal. Menos mal, que, a pesar de todo, aún existen grandes realizadores como Coppola o Scorsese y algunos heterodoxos, que haciendo grandes producciones, consiguen compaginar sus historias con los éxitos comerciales.

Y es que, en el momento actual, nuestra sociedad parece no estar dirigida por regímenes totalitarios, sino democráticos, pero solo a nivel aparente, ya que el ojo del gran hermano se encuentra alerta sobre cada uno de nosotros, bien a través de las redes sociales, en el grupo de los más jóvenes, o de la televisión sobre los que ya contamos con una determinada edad. De manera que aquel paso que se pretendió dar hacia la intelectualidad y las libertades, ha sido engullido hábilmente por el sistema, para que no interese ir a ver a los Antonioni, Pasolini, o Cassavetes del momento, sino a ir a soltar adrenalina en medio de las explosiones, persecuciones o los muertos vivientes. Menos mal que siempre quedará internet, y unas pocas salas, repartidas por la geografía española, para ponerse al día de lo pretenden contar que los nuevos realizadores de cine.

Pues eso, que lo del paso de los ciclos es verdad, pero de los ciclos en los todo cambia para que todo siga igual, salvo pequeñas excepciones.