No se sabe a ciencia cierta el primer tipo de arte que pudo crear la especie humana. Los restos antiguos más visibles son los arquitectónicos y de éstos los edificados para enterramientos donde se reúnen a veces testimonios de varias artes: pintura, escultura y música, ésta última en forma de objetos del ajuar funerario como silbatos, sonajas o huesos con perforaciones alineadas que sugieren un uso para producir sonidos melódicos. A pesar de que la música es el arte del que menos testimonio material tenemos en la antigüedad, hoy día es el más presente, sin duda, en la vida cotidiana, a veces incluso con carácter invasivo, cuando en muchos ámbitos nos acompaña, como una nube sonora inevitable, el hilo musical.

Se celebra el 22 de noviembre el día de la patrona de la música: Santa Cecilia; y se cumplen 190 años de la muerte de Beethoven, alguien de quien podemos decir, sin exagerar, que llevaba la música en los huesos puesto que llegó a componer, e incluso interpretar, estando aquejado de grave sordera.

Respecto a la santa patrona, mártir cristiana del siglo II, perteneciente a la clase aristocrática romana, tenemos innumerables representaciones artísticas idealizadas de su figura en la que no faltan ángeles o flores. El cuadro que nos gusta contemplar, actualmente en El Hermitage, es el de Jaques Blanchard (S. XVII ), donde el pintor la representa sentada, con las manos al teclado de un órgano y acompañada de un ángel tañendo el laúd. Lo que nos sorprende, a mayores de la belleza formal y estética, es la postura y actitud del ángel que, al tiempo de acompañar a la santa en la interpretación musical, parece cortejarla. La figura del ángel simboliza la opción cristiana de Cecilia por la virginidad frente al matrimonio impuesto por intereses de casta, según nos cuenta el acta de su martirologio. Es por lo que el pintor interpreta este hecho con una deliberada suplantación de papeles, dejando constancia artística, tal que una candorosa picardía celestial. Los ángeles representados en el arte, la mayor parte los vemos en actitud musical, ya sea cantando o interpretando toda clase de instrumentos, como recopiló en magnífico libro, el que fuera director del Museo del Prado: Federico Sopeña. La santa patrona, Cecilia, refuerza lo femenino de la música en el sentido de madre y generadora de múltiples sensaciones dentro de nosotros. Ella, la música, es la gran madre-mujer-musa y figura amada del talante creador que precisa de ella y su germen inspirador para dar vida a otras formas de arte plasmadas en literatura, pintura , escultura etc. Y no digamos las artes audiovisuales, empezando por el cine, donde la banda sonora es parte no pequeña del potencial de las imágenes y de la fuerza del argumento. Es difícil prescindir de la música, como de la madre o del ser amado. Ambas carencias padeció Beethoven que dejó traslucir en partituras, ya sea de tono lírico ("Para Elisa"), ya trágico (" La Patética). La estabilidad emocional del músico iba en sentido inverso del torrente artístico que le desbordaba. Aquel genio que triunfó en su tiempo, no supo hacer pie en amores que le pudieran corresponder. Sin embargo la grandeza sonora de sus composiciones sigue enamorándonos a todos con esa admiración que ya Mozart empezó a profesarle cuando le escuchó tocar el piano, de niño.

La música, por lo que es en sí, como ciencia y arte, ha dado lugar a muchos tratados. Pero lo que supone dentro de uno mismo, cuesta expresarlo, aunque cada cual puede contar el grado de dependencia de la magia de esos siete sonidos básicos: las notas musicales que conforman la base de melodías que nos acompañan, transformándose y multiplicándose desde la cuna.

Hasta para alabar un buen escrito decimos que las palabras tienen música: el arte que conecta, como ningún otro, el cielo con la tierra. Así lo entendieron en la Edad Media los maestros canteros del Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela y del Pórtico de la Majestad de la Colegiata de Toro. Desde el suelo arranca el árbol de piedra que se abre en ramaje de arcadas donde cantan y tocan los músicos haciendo de la oración un fósil viviente, una eterna plegaria en piedra que en cada mirada devota empieza a sonar a la carta. La música, aquí, hasta callada, se escucha en esa "frecuencia inmodulada" de la fe, y ésta, como la claridad, es un don, en palabras de nuestro insigne Claudio Rodríguez. Los poetas suelen atinar cuando resumen en versos tratados enteros de arte. Por ello, y para ir poniendo coda a esta mi partitura de letras, mal que bien armonizadas sobre la música, le cedo la palabra a Blas de Otero, otro insigne poeta del mar de las notas:

¡... porque te entregaste/ contra mi corazón, como una ola/ o un llanto de mujer; música: golpe/ de Dios, delicadeza de los ángeles!