Alguien, no sabemos de momento quién, ha pagado en una subasta en Nueva York una suma astronómica por un cuadro atribuido al genio renacentista Leonardo Da Vinci.

Es, según todos los medios, la suma más alta pagada nunca por una obra de arte, y uno se pregunta lo que podría haberse hecho con todo ese dinero en beneficio de la colectividad.

¡Cuántas escuelas habrían podido abrirse; cuántos hospitales, construirse, cuántos bocas, ser alimentadas en el mundo en desarrollo!

Quien quiera que haya adquirido esa tabla no piensa por supuesto en tales términos: hacerse con esa pintura, derrotar en una puja irracional a todos sus rivales debió de convertirse en un fin en sí mismo.

Cualquier oligarca ruso, ucraniano, chino o saudí, pongamos por caso, puede comprar una mansión lujosa en el centro de Londres o un par de yates de gran tamaño.

¿Quién puede presumir, en cambio, de tener el salón de su casa nada menos que un cuadro salido de la mano del pintor de la Mona Lisa?

Pero ¿ha salido realmente de su mano? Hay opiniones para todos los gustos. Ahora bien, ¿no garantiza precisamente la enormidad de la suma pagada por él su autenticidad?

Debería ser tal vez al contrario, pero el mundo del arte es, ya se sabe, cada vez más mercado. Dime cuánto has pagado por algo y te diré lo que vale.

Con tanto dinero oculto en paraísos fiscales, con tanto dinero necesitado de blanqueo, no debería extrañarnos que muchas fortunas anden por ahí en busca de raros trofeos.

No se me malentienda. No quiero decir que los más de 450 millones de dólares que alguien pagó por esa obra tengan una procedencia ilícita, ni mucho menos.

No lo sabemos, como tampoco podemos estar seguros al cien por cien de si ese "Salvator Mundi" lo pintó personalmente el maestro o alguien de su taller. No ejerce la fascinación de otras obras suyas.

Lo que sabemos en cambio que esa tabla, subastada en 1958 por sólo 45 libras esterlinas, se revalorizó extraordinariamente después de que la National Gallery la incluyese en la gran exposición que dedicó a Leonardo en 2011.

Parece, sin embargo, que a esa prestigiosa institución cultural de la capital británica se le dieron entonces garantías de que el cuadro no estaba en venta.

La principal reflexión que a uno le inspira este caso y otros similares es si tiene sentido que obras universales acaben en un espacio privado para el gozo o la vanidad de un individuo.Y esto es lo que está ocurriendo últimamente con los precios disparatados que alcanzan muchas obras de arte en las subastas y que ningún museo, sobre todo si se financia con fondos públicos, puede pagar. Los récords son ya lo único que cuenta.