C on la que está cayendo, cómo es posible que haya quienes justifiquen la violencia de género, quienes la consideren normal, quienes piensen que forma parte de las tradiciones y costumbres de la sociedad española. Puede que en otro tiempo en el que las mujeres pintaban menos que nada, algunos bestias que creían a sus mujeres objetos de su propiedad, las violasen, maltratasen y matasen en base a aquella irracional frase: la maté porque era mía, y que dio lugar a infinitas letras de canciones.

Si entonces la violencia de género, que ha existido siempre, permanecía en las páginas de sucesos, en la actualidad se ha convertido en un estado de opinión. Del drama doméstico que, cuántas veces, se silenciaba dependiendo del estatus social de la pareja, se ha pasado al dilema actual.

Que eso es así, lo pone de manifiesto el Barómetro 2017 del Proyecto Scorpio, elaborado por el Centro Reina Sofía, sobre adolescencia y juventud. Un buen número de jóvenes de entre 15 y 29 años cree que la violencia de género es "una conducta normal" en el seno de una pareja. Un tanto por ciento más elevado cree que el problema aumenta progresivamente por culpa de la población inmigrante. Población que ya se ha sumado, en delitos de este tipo, a la española.

Con lo que se está luchando, con lo que se está invirtiendo para acabar con ciertos clichés que en nada benefician a una población que pretende ser avanzada, también socialmente, para que al final, la lacra más terrible que estamos viviendo en España sea considerada una conducta normal o que, echando balones fuera, se levante el índice acusador para señalar a la población inmigrante.

Las leyes se quedan en papel mojado por su falta de aplicación ante un problema de tal magnitud que pasa ineludiblemente por la discriminación de la mujer en el salario o en la consideración, todavía tan extendida de que la mujer es un oscuro objeto de deseo, un objeto de consumo sexual. A ciertos anuncios le remito. Lo peor es la inacción, el conformismo de muchos jóvenes que ven la violencia de género como un problema inevitable que, aunque esté mal, como ha existido siempre, ¿qué pueden hacer ellos, pobrecitos, para acabar con el problema? Pueden hacer tanto.

Preocupa que este tipo de opiniones estén más extendidas entre los chicos que entre las chicas. Aunque tampoco las chicas se rebelan contra esta situación. A ver si cambian su percepción del problema porque la población juvenil española encuestada opina que la discriminación por razones de género, se sitúa muy por encima de motivos religiosos, intelectuales, económicos, de edad o ideológicos. A la autoridad educativa y a las propias familias corresponde actuar a conciencia sobre ciertas formas de pensar y de proceder de los más jóvenes. También a ser mejores se aprende en el seno del hogar y en el del colegio.