No entiendo la docencia al margen de los contactos permanentes que deben existir entre la institución donde se impartan las actividades lectivas y el entorno económico, social, político y cultural donde se ubican las escuelas, los institutos o los centros universitarios y de investigación. Precisamente uno de los males endémicos de nuestros sistemas educativos ha sido vivir, en muchas más ocasiones de las necesarias, de espaldas a la sociedad civil, ese contexto tan amplio, tan fantástico y tan problemático a la vez que debe estudiarse, aprenderse y vivirse no solo en las aulas, en los horarios marcados por el reloj de la burocracia académica, sino también fuera de ellas, en simbiosis permanente. Por idénticos motivos, soy incapaz de entender a los colegas cuyas prácticas educativas se limitan a "predicar" en el horario establecido y no aprovechan las posibilidades que el propio sistema educativo brinda para ser docentes proactivos e innovadores.

En el ámbito universitario hay de todo: profesores excelentes, buenos y regulares. No es que lo diga yo, es que los informes de evaluación de los estudiantes suelen indicarlo también. Aunque es cierto que los sistemas de valoración son manifiestamente mejorables, creo, sin embargo, que ignorar lo que piensan los estudiantes de sus profesores, como sucede con cierta frecuencia, es una irresponsabilidad que solo puede repercutir negativamente en las prácticas docentes, es decir, en esa fantástica tarea de compartir (o reproducir) conocimientos, lecciones y aprendizajes en un espacio tan importante en nuestras vidas que ha sido objeto de estudio por parte de infinidad de autores y desde las áreas más diversas de la investigación. Pues bien, mi experiencia indica que aquellos profesores que suelen quejarse con mayor frecuencia del clima en las aulas son precisamente los menos innovadores, que suelen coincidir con aquellos que solo piensan en dar las clases en el horario fijado o tienen muchas dificultades para empatizar con los estudiantes.

Ser un buen docente es muy difícil. No solo se requieren conocimientos de tal o cual materia sino, como se dice ahora, habilidades y competencias para una práctica en la que las personas pintan mucho. Todos conocemos a estudiantes que han sufrido las consecuencias nefastas de profesores que no han estado a la altura de las circunstancias. De los malos profesores, vaya. Y cuando digo "malos" es porque conozco casos de colegas que son incapaces de mirar a los ojos a los estudiantes, que los ven como a sus enemigos, que no les atienden cuando lo demandan o que incluso les levantan la voz en clase o en tutorías. Y hay profesores excelentes que se desviven por sus alumnos y que lo demuestran en el día a día, con sus comportamientos, dentro y fuera del aula. Entre estos docentes siempre me han llamado la atención aquellos que se acercan, con sus prácticas de campo, a conocer la realidad social que está llamando a las puertas de los recintos educativos. También a las puertas de la Universidad, que tanto debe aprender del entorno donde se localiza.