Un banquete de boda, una fiesta nupcial judía, cargada de ritos simbólicos, sirve a Jesús para hablar del Reino de los cielos. Se fija en la ceremonia de recepción y de acompañamiento que hacen las amigas de la novia a la feliz pareja. Con sus lámparas encendidas y su alegría juvenil contribuían, sin duda, a la felicidad de los novios. Todos juntos iban hacia la sala del banquete, inundada de luz y de alegría. Se cerraba entonces la puerta, y la noche, oscura y triste, quedaba fuera, en fuerte contraste con la luz y el alborozo que había dentro, en la sala del banquete.

Con esta imagen Jesús nos dice que el Reino de Dios es un banquete, una gran fiesta a la que Jesús nos invita en cualquier momento; tenemos que estar esperando el momento y saber responder.

Su presencia está en la persona que necesita nuestra ayuda, en el que necesita ser escuchado y acogido. Su presencia está en las decisiones que tomamos en la vida donde hay que hacerlo pensando en el bien común de todos y no sólo en mis intereses particulares. Su presencia está en la enfermedad que nos limita y nos hace perder las ganas de vivir y la ilusión. Su presencia está en la rutina diaria de la familia y el trabajo, que es el modo que el Señor nos da para crecer en el amor y encontrarse con nosotros en lo humilde y pequeño de nuestras vidas.

Cuando alguien espera una fiesta no se queda dormido; está preparándose para ella. El aceite de la parábola es el amor a Dios y a los hermanos. Si no lo tenemos, no podremos entrar en la fiesta.

Mantener la esperanza activa y despierta significa no contentarse con cualquier cosa, no desesperar del ser humano, no caer en el desánimo y el pesimismo, no perder nunca el anhelo de "vida eterna" para todos, no dejar de buscar, de creer y de confiar. Quien vive así espera la venida de Dios.

La falta de esperanza lleva a la pérdida de confianza, la pasividad, la tristeza, se pierde la alegría de vivir y la vida se convierte en una carga pesada, difícil de llevar. Todo esto muchas veces comienza con la pérdida de "vida interior": nos falta la fuerza para enfrentarnos a la vida.

Los creyentes sensatos que necesitan hoy nuestra Iglesia y nuestra sociedad, son personas de esperanza incansable. Creyentes que luchan por un mundo más humano, regalo de Aquel en quien encontraremos un día la plenitud.