El 6 de noviembre de 1675 Carlos cumplía 14 años, llegando con ello, a la mayoría de edad oficial.

Lludwig Pfandl, pone en boca del nuncio Nicolini un retrato del Rey, expresándose de la siguiente manera:

"El rey es más bien bajo que alto, flaco, no muy mal formado; es feo, en su conjunto, el rostro; tiene el cuello largo, la cara y la barbilla largas, con el labio inferior típico de los Austrias, ojos no muy grandes de color azul turquesa y el cutis fino y delicado. Mira con expresión melancólica y un poco asombrada. El cabello es largo y rubio y lo lleva peinado hacia atrás, de modo que las orejas queden al descubierto. Si no anda no puede tenerse en pie, como no sea apoyándose contra una pared, una mesa o alguna persona. Es tan débil de cuerpo como de espíritu. De vez en cuando no deja de dar muestras de inteligencia, memoria y cierta agudeza, pero lo corriente no es eso: ordinariamente se muestra abúlico, apático e insensible, torpe e indolente y parece que está atontado. Puede hacerse de él lo que se quiera porque carece de voluntad propia. Nada teme más que la posibilidad de hacer la guerra; si se habla de ello llora como un niño".

Moragas, matizando sobre el lienzo de Claudio Coello, que se conserva en el Museo de Arte de Cataluña, afirma acerca de su inexpresiva y perdida mirada. Mirada dirigida hacia la nada; buscando el más sugerente vacío. Mirada de ser inexistente y oligofrénico. También, sostiene Moragas, una clara desproporción de la cabeza con respecto al tronco.

"Dentro de aquel cuerpo esmirriado, debajo de aquella enorme cabeza, detrás de aquel labio y aquella mandíbula que llegaron con el tiempo a la máxima desviación morfológica de su estirpe, se albergaba un alma minúscula, contradictoria, pusilánime casi siempre y sólo en ciertas ocasiones aparentemente valerosa".

Así era el futuro rey; el ya inminente rey, que si se seguían las directrices del testamento de Felipe IV, tenía que subir al trono. Ya. Carlos II, tenía 14 años de edad. Era mayor de edad. Un retrasado mental para dirigir un imperio. Un ser indefenso que apenas si podía tenerse en pie para gobernar el reino -aún todavía-, más poderoso de la Tierra. Y una madre, plenamente consciente, de que esto era así; de que su hijo era un limitado físico y mental. Consultó con la Junta de Gobierno. Consultó con la vehemente esperanza, de que los componentes de aquella, compartieran la visión que ella tenía de Carlos II. Gritó al aire, sin que nadie la oyera, que si el amor de madre oculta los defectos de los hijos, en este caso ella no podía ocultar lo evidente. Y su angustia maternal, se acrecentó aún más, pensando en que el bastardo don Juan, siempre al acecho, jugaría sus cartas para alcanzar el poder.

Plenamente consciente de la situación, Mariana convenció a la Junta de Gobierno, de que, dada la gravedad de los acontecimientos bélicos en la Italia meridional, don Juan debería ser enviado a Sicilia para recomponer la situación y de paso quitárselo de encima. Y así sucedió. A primeros de octubre la reina, siguiendo la decisión tomada por unanimidad del Consejo de Estado, escribió a don Juan para que se desplazara a Italia. Pero lo que no sabía la reina, era que Carlos II, había escrito también a su hermanastro, rogándole que acudiera a su juramento y que permaneciera a su lado, apoyándole.

"Día 6, juro y entro al gobierno de mis Estados. Necesito de vuestra persona a mi lado para esta función y despedirme de la Reina, mi Señora y mi madre. Y así, el miércoles 6, a las diez y tres cuartos os hallaréis en mi antecámara".

El hecho resulta cuanto menos sorprendente: madre e hijo enviado mensajes contrapuestos. Odio de madrastra; cariño de hermanastro. Mariana controlando emocionalmente al rey desde siempre, y éste eludiendo, escapando al control. Pero, ¿no se ha dicho que era Carlos II un oligofrénico; un retrasado mental? ¿Cómo es posible que un muchacho de 14 años, asuma con criterio la responsabilidad de su ejercicio real, si está sometido a un mensaje cerebral débil y caduco? ¿Cómo puede entenderse que, rechazando el criterio de su madre, reclame el amor y la ayuda de su hermanastro odiado por aquella?

La decisión tomada por Carlos II, impropia de un minusválido, fue, sin discusión, la decisión de un ser humano con clara inteligencia. Un momento de luz, en un cerebro trasnochado. Carlos II, abúlico casi siempre, entendió en un momento preciso, lo que tenía que hacer. Llamar a su hermano, a quien consideraba muy capaz, reclamando su ayuda, y reconociendo sus propias limitaciones. Fue, sin duda, un gesto de libertad y coherencia, difícil de explicar. Pero indiscutiblemente certero. Y el hermano vino a Madrid. Según declaró el príncipe a la Justicia de Aragón,

"La jornada no es a Italia sino a Madrid, adonde el Rey me manda ir, para servirse de mí cerca de su Real persona, habiendo resuelto tomar el Gobierno el día 6 y que yo me halle allí el mismo".

Pero aún hay más; cuando el secretario de la Junta de Gobierno, presentó al rey un decreto que prorrogaba el régimen vigente por dos años, por incapacidad manifiesta de Carlos II, éste se negó rotundamente a aceptarlo. Nadie, en su sano juicio, es capaz de asumir y firmar que se carece de él. Felipe IV había dejado muy claro en su testamento, que su hijo Carlos, a los 14 años, debía de coger las riendas del reino. Y el rey quería expresarse y actuar en línea a ese mandato. Aceptando, además, su rebelión contra su madre y dándole la mano al bastardo. La mano y el corazón; pues un abrazo entre los dos hermanos, selló, en palacio, la amistad y el amor entre ellos.

Pero era ésta una situación abominable para Mariana de Austria. No podía aceptar, que una de las personas más odiadas por ella, le ganara, en el corazón, a su hijo. Éste era territorio suyo, al que sólo ella tenía derecho a transitar. Sangre de su sangre. Por todo ello, e inundada de dolor, se encerró con Carlos en su habitación, y a golpe de intencionado afecto, degradó las emociones que aquel sentía hacia su hermanastro, le dio a elegir querencias y lo desmoronó. La habilidad de madre, pudo más que la querencia de hermano, y una horas más tarde, el duque de Medinaceli, comunicó, en el Buen Retiro donde se encontraba don Juan, loa orden del rey para que inmediatamente se dirigiera a Italia.

Al día siguiente, 7 de noviembre, los Consejos de Estado y de Castilla, tomaron varias decisiones: que el rey debía de firmar los decretos; que la Junta de Gobierno presidida por Mariana de Austria, debía de seguir gobernando, que don Juan, debería marchar a Italia, y que Valenzuela se fuera de Madrid.

Otra vez, las piezas del rompecabezas, se habían colocado en su sitio, y la tensión generada por la mayoría de edad del rey, normalizada. Pero, tanto don Juan en Zaragoza, como Valenzuela en Granada, tenían su mirada dirigida hacia Madrid con la misma ambiciosa intención: hacerse con el poder.