Atodos nos asaltan las preguntas esenciales de la vida, alguna que otra vez. Las de la muerte también, que viene a ser la única certeza que compartimos necesariamente todos. La humanidad ha dejado, a través de las diferentes artes , infinitas representaciones de la Parca. Todos podemos recordar alguna obra que la pinta o canta, que la escribe o esculpe. En realidad no hay modo de eludir ni su amenaza ni la angustia que genera la espera en situaciones extremas, cuando se la ve venir... La muerte de los seres queridos nos hace volver la mirada a esa realidad que vive con nosotros pero la consideramos como una repelente intrusa. No obstante, genios hubo que el hecho doloroso de la pérdida les dio inspiración a obras de arte donde vertieron dolor y desolación, angustia y esperanza. Tal es el caso de Jorge Manrique en "Las coplas a la muerte de su padre" donde la desaparición del ser querido le da motivo para reflexionar sobre la brevedad de la vida, al tiempo que se desahoga en elogios a su progenitor. Como escribió Gerald Brenan, comentando el poema: "Las estrofas más bellas son aquellas en que los grandes reyes y las hermosas damas de los tiempos idos son traídos ante nosotros con la retórica pregunta: Qué fue de todos ellos". Y todos recordamos estos versos que resumen el sentir de las citadas coplas : "...Nuestras vidas son los ríos/ que van a parar al mar / que es el morir..."

En el arte de la polifonía, seguro que hemos oído, alguna vez, todo o parte del famoso "Requiem" de Mozart, la misa sinfónica más bella y estremecedora que la música tiene con referencia directa a los difuntos. Y no pudo ser más premonitorio, pues el autor se esforzó en concluirla en su lecho de muerte, dejándola inacabada.

Gustav Mahler, otro músico del imperio austrohúngaro, abordó el mismo tema en su segunda sinfonía, conocida como "Resurrección". Este poema sinfónico es un empeño musical comparable a las pasiones de Bach. Las armas de Mahler contra la fatalidad de la muerte son una numerosa orquesta con todo tipo de timbres e instrumentos, sonando a veces con un estruendo desgarrador. La orquesta pone sonido al dolor que no nos cabe en el pecho. En los últimos movimientos se suma el coro a la orquesta dando voz a nuestra voz y le pone palabras a lo que solemos decir que no tiene palabras cuando la pena nos ahoga. En el período de inicio de la sinfonía, 1.888, hasta su remate en 1.893, mueren los padres del autor y una de sus hermanas, de modo que no le faltó tema de reflexión, inspiración, y sufrimiento. A mayores le tocó padecer la incomprensión de sus colegas, amigos músicos, que no valoraban la pieza. Este hecho le mueve a incluir en la misma un Skerzo que alude al sermón de San Antonio a los peces, cuyo famoso milagro legendario remite al fracaso del santo predicando a los humanos, ante lo cual se dirige a los peces que asoman la cabeza sobre el agua.

Es curioso que, escuchando después Mahler la música fúnebre en el entierro de uno de los amigos que no le entendieron, encontró la inspiración para completar la sinfonía. Aquella música era el Himno a la Resurrección de Klopstock. Este episodio es el que dará el color final a toda la pieza en la que Mahler también añade letra a las partes corales del quinto movimiento. Un coro mixto numerosísimo entona: "Resucitaréis, sí, resucitaréis cenizas mías, tras breve reposo", y concluye tras el recitado vibrante de veinticinco dolidos versos: "...Resucitarás, sí, resucitarás/ corazón mío, en un instante./ ¡Lo que has derrotado/ te guiará hasta Dios".

Hay un momento de la obra en la que el autor señala expresamente que se haga una pausa de cinco minutos de silencio, antes del segundo movimiento. ¿ Reflexión sugerida; parón melódico para que la herida del dolor respire? Lo que fuere, viene a ser como una oración interior que precisa ese "silencio sonoro" del que hablan los místicos cuyo miedo escaso a la muerte ya es conocido.

También me callo para que escuchen estos versos que en la sublime sinfonía, el coro canta:

Con las alas que yo mismo conseguí

en ardiente empuje de amor,

me elevé hacia la luz

que ninguna mirada

ha traspasado.