Uno creía que ya había agotado el cupo de las rarezas después de conocer el fenómeno de las comuniones laicas. Ahora se nos informa de una moda que está arraigando en algunos países foráneos llamada "sologamia", es decir, el matrimonio con uno mismo. El o la contrayente se viste con traje de boda, agasaja a los invitados y se promete fidelidad a sí misma. Después se justifica este estatus "sológamo" con frases rotundas: "Antes que nada, debemos amarnos a nosotros mismos"; "nunca amaré a nadie como me amo a mí mismo"; "el amor a uno mismo es lo más hermoso que le puede pasar al ser humano"; "solo amándose a uno mismo se puede alcanzar la tranquilidad interior"; "estoy comprometida conmigo misma y con mi felicidad".

Algunos han relacionado estos casos extravagantes con el incremento de las personas que viven solas, sobre todo en Europa. En España, por ejemplo, el 25,2 por ciento de los hogares son unipersonales, lo que supone 4,6 millones de personas, que serán cinco millones y medio en 2031. No tiene nada que ver ni con la soltería como opción personal o motivación religiosa, ni con el fenómeno social de los hogares unipersonales, generalmente por viudedad.

René Descartes acuñó en el siglo XVII la conocida expresión "cogito, ergo sum" (pienso, luego existo). El suizo Karl Barth, considerado el mayor teólogo protestante del siglo XX, enmendó a Descartes convirtiendo la frase en pasiva: "cogitor, ergo sum" (soy pensado, luego existo). Esta rectificación es pertinente, porque relaciona al ser humano con el otro, es decir, existe en cuanto es pensado por Dios o por el prójimo. Dicho de otra manera, su existencia está justificada en cuanto se relaciona con los demás, y son estos quienes le dan consistencia. Asegura el lúcido ensayista francés George Steiner "yo soy porque tú eres".

No se trata de un juego dialéctico, más o menos ingenioso. Cada cual es muy libre de elegir una opción de vida -en el caso que nos ocupa, soltero o casado-, pero en ningún caso al margen de los otros. Aristóteles define al ser humano como "ser social por naturaleza", pero dice aún más: "el insocial por naturaleza y no por azar o es mal humano o más que humano? La sociedad es por naturaleza anterior al individuo y el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada para su propia suficiencia, no es miembro de la sociedad, sino una bestia o un dios".

Con estos presupuestos, creo que la "sologamia", una manifestación extrema del narcisismo, no es la mejor de las opciones posibles para el desarrollo de la persona, porque implica un endiosamiento del ser humano y el rechazo de los demás. Naturalmente, que "el amor bien entendido empieza por uno mismo", pero no acaba en uno mismo, sino que se tiene que proyectar hacia el otro. Por eso, lo más novedoso y nunca desmentido del cristianismo es "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Santa Teresa de Ávila, que sabía mucho del amor, solía decir a sus monjas: "La amistad con Dios y la amistad con los demás son la misma cosa".

Tuve la suerte de conocer y acompañar por varias provincias españolas, a fínales de los años sesenta del siglo pasado, a Raoul Follereau, llamado con toda justicia Apóstol de los Leprosos y Vagabundo de la Caridad. Todas las conferencias las concluía con esta frase: "La única verdad es amarse", pero no en el sentido de amarse a sí mismos, sino proyectando ese amor a los otros. Sea por amor o por filantropía, es imprescindible vivir con los demás y no solo al lado de los demás, porque, de no ser así, conceptos como solidaridad, justicia, igualdad, etc. quedan vacíos de contenido.

La exaltación del yo como principio y fin de la propia existencia, según propugnan los "sológamos", es, además de un narcisismo estéril, la constatación de que existe una parte de la sociedad que ha abdicado de enriquecerse con el amor a los otros, porque considera que no los necesita para nada. Quizá hoy no pase de ser anecdótico, pero hay que subrayar que cercena la propia esencia de la persona humana, tal y como la definió Aristóteles hace ya más de 2.350 años.