No es casualidad que la música, la buena música, sea un bálsamo para el cuerpo y el alma, allá donde suene. Y si esas notas salen de violines, violonchelos, trompas, oboes y fagotes en distintas áreas hospitalarias, en medio del aplauso contenido y la mirada fulgurante de pacientes, familiares y personal sanitario, la combinación resulta asombrosamente mágica. Eso es lo que ha sucedido estos días en dos hospitales de la Comunidad Autónoma, adonde acudieron los músicos de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León a regalar, de manera desinteresada, su trabajo a un público sorprendido y a la vez generoso. No es fácil describir en unas pocas líneas ese ambiente de sosiego cuando acecha el dolor y cuando lo que atisbas entre bambalinas son botellas de oxígeno, jeringuillas y un sinfín de instrumental médico. Menos lo es cuando la música dibuja una sonrisa natural en el rostro de unos niños de apenas siete años y que, al menos por unos minutos, han olvidado que se encuentran enfermos. Sinceramente, ver esos semblantes inocentes, pálidos y enfermizos, tornarse en cuestión de segundos en pura energía compensa cualquier esfuerzo. Quizá la música sea, no ya una terapia, por supuesto, sino ese ingrediente químico inmaterial e imprescindible contra la enfermedad y las recidivas que nos arrastran a la debilidad.

Seguramente tampoco las partituras con obras de Telemann, Mozart, Haydn, Corelli, Hoffemister y Mendelsshon, entre otros compositores, que ayer jalonaban los atriles plegables de los músicos son la receta esperada por esas personas que, desde los boxes de la UVI, escuchaban atónitas la maestría sinfónica y vibrante de un violín y una viola. Sin embargo, basta una mueca de profundo agradecimiento por parte de un enfermo entubado tras unas cortinillas para darse cuenta del poder de la música.

Acercar la música, la buena música, a quienes por circunstancias no pueden hacer sonar las palmas de sus manos supone dignificar la cultura y elevar la esencia de la solidaridad, la que realmente nos hace humanos. Por eso, y probablemente saltándome alguna regla no escrita en este oficio de columnista, permítanme lanzar un sonoro aplauso hacia esos músicos comprometidos, cercanos y solidarios, confiando en que Iniciativas como ésta persistan en el tiempo para engrandecernos a todos.