Alo largo de nuestra literatura han sido muchos los aficionados a largar refranes. Sancho Panza no fue el primero pero por su perfección como personaje literario quizás sea el más conocido. Constituyen una de sus señas de identidad y era tal su pasión por ellos que el propio Don Quijote se vio obligado a poner freno a tanto exceso. "...No más refranes, Sancho, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento?", decía el ingenioso hidalgo.

Era un hombre, el escudero, sencillo y ajeno a los saberes propios de gente docta pero su sentido común y la observación de cuanto le rodeaba venía a ser el contrapunto perfecto a las disparatadas ilusiones del amo.

Sus refranes reflejan una sabiduría que no se enseña en Salamanca. Amas de llave, barberos, curas, arrieros, venteros, galeotes, mozos de campo o pastores, en realidad todos cuantos le precedieron, hicieron posible tan fantástico conocimiento. No en vano, aquellas sentencias breves estaban sacadas de la experiencia y especulación de los antiguos sabios.

De la mano de Cervantes, aquel labriego llamado a ser Gobernador de la Ínsula de Barataria se limitó a poner voz a un sinnúmero de gargantas. Era, la suya, una sabiduría heredada y expresada en un formato que, a pesar del tiempo, no ha perdido actualidad. El contenido habrá quedado obsoleto, que cada época tiene sus afanes, pero aquellas sentencias siguen siendo objeto de curiosidad por su particular estética.

Yo vengo de una tierra de refranes. De un lugar difícil y fronterizo en el que se fueron sedimentando junto a pizarras y crestas de cuarcita hasta conformar el paisaje de una sierra de perfiles suaves en el oeste peninsular. Se trata de dichos con contenidos morales o consejos prácticos. A veces, en forma de conjuros pero siempre cortos y normalmente versificados para mejor memorizar.

Versan sobre la realidad cotidiana. Sobre la amistad, el honor, los hijos, vicios, oficios, amor, prudencia o economía. Podría citar cientos, pero puestos a elegir me quedo con uno que me gusta particularmente por la contundencia de la rima y su forma de letanía.

"De la mujer que mea de pie, ¡libéranos dominé!", dice. Así. Con acento para que rime y viene a expresar, rotundo y sin ambages, el rechazo de comportamientos hombrunos en determinadas circunstancias.

Más allá de la hilaridad que pueda provocar, es como un tratado de filosofía en, apenas, diez palabras. Sí, porque una fémina en posición vertical manipulando la bragueta al objeto de cumplir determinada obligación fisiológica contraviene el devenir natural de las cosas y merece, cuando menos, una reflexión.

En la comunidad en que se formuló la sentencia, ¡vaya usted a saber cuándo!, seguramente se trataba de una transgresión en toda regla. De una revolución doméstica que amenazaba el orden establecido y de la que era obligado protegerse no siendo que su persistencia socavase la convivencia en la remota y, probablemente, apacible aldea. De ahí la invocación.

Evidentemente, hoy poco importa si la dama está en cuclillas o en ademán erguido. ¡Faltaría más! Allá cada cual con sus modos y maneras. Que cada uno gestione tamaña función como mejor le plazca, sin embargo, habrá que estar vigilantes porque todos los momentos tienen sus demonios. Antaño fue el mecánico gesto. Hoy es un virus secesionista el que amenaza dinamitar la convivencia de la aldea.

Por ello, y como hicieran entonces, también yo lanzo al viento un conjuro, esta vez a medias entre el deseo justiciero y la plegaria:

"De la caterva de políticos que se burlan del Estado de Derecho, de los oportunistas, de los sediciosos, de los populistas y de quienes se ocultan en el victimismo para manipular, mentir, enfrentar y dividir, ¡libéranos dominé!"

Así dice. No rima, pero tampoco importa. De lo que se trata es de recuperar el orgullo de pertenencia al país en el que, de común, escribo. Ésta es la cuestión.

Ésa, y que España siga limitando al este, exclusivamente, con el mar Mediterráneo. Al menos, mientras sus gentes no voten otra cosa en un referéndum que cuente con las debidas garantías constitucionales y democráticas.