Y gordo. Yo diría que muy gordo. No tenemos agua y las nubes se niegan a colaborar. El cambio climático en el que pocos creen nos está pasando factura en forma de sequía. Y no están los tiempos para rogativas, aunque a lo mejor, quién sabe, sacando en rogativa alguno de nuestros santos más milagreros o alguna de las muchas advocaciones marianas que tiene esta tierra, ante el acto de fe, las nubes descargaban ese peso en litros que estamos esperando como agua de mayo. Lo malo es que ni en mayo, ni en octubre.

Para más inri, con los embalses bajo mínimos, los que nos venden la luz, amenazan con dispararla, por supuesto, siempre hacia arriba, haciéndonos la puñeta más de lo que nos la hacen todos los meses. Porque todos los meses nos sube el recibo de la luz, no unos céntimos, si no unos euros que nos van empobreciendo. Grave es también que se nos tire de las orejas diciendo que gastamos el agua si no alegremente, sí casi, y que esa tónica no puede continuar así porque de donde no hay no se puede sacar. Y lo que no hay es agua, ese bien común pero escaso que ha desaparecido de nuestros embalses. El Duero, bien, de momento. Sólo que empieza a notársele la sed. Discurre por el cauce urbano más bajo de lo habitual. Y nosotros todos, a pesar de las campañas de concienciación para el ahorro, no hacemos ni caso.

Dicen los que controlan el tema que no se va a reducir, de momento, pero está en sus manos poner la cosa a medio pistón y que del grifo de cada quien el agua salga, en lugar de a chorros, como un hilito endeble y asustadizo. Mal asunto. Porque ya no sabemos vivir sin según qué cosas, sin según qué elementos que la modernidad ha puesto a nuestro alcance. Eso de ir a lavar al río o al lavadero común es del siglo pasado. No poder hacer la colada en casa, ducharse, fregar los cacharros y esos hábitos y costumbres diarios, sería un agobio. Pues, como no moderemos el consumo veo la cosa francamente mal.

Por embalses no lloramos, Zamora cuenta con un buen número de ellos. Por lo que lloramos es por el agua que ha desaparecido de su hondón. Bien es verdad que eso ha permitido aflorar trenes descarrilados y también restos arquitectónicos de lo que un día fueron pueblos llenos de vida. Estoy pensando en Argusino. Por cierto, no sé a qué se espera para rebautizar el embalse que fagocitó al pueblecito, llamándolo por su verdadero nombre: Embalse de Argusino. Ya no lo llamo de otra manera. Hay que honrar a los vivos y a los muertos.

En fin, rogativa, ahorro y ¡que llueva, que llueva la Virgen de la Cueva!, lo que sea menester para acabar con la sequía y todo lo que supone para el campo, para la ciudad y para quienes habitamos en ellos. Ah, se me olvidaba, buscando culpables, he caído en la cuenta de que la culpa de este estado de cosas la tienen Mariano Rajoy, su Gobierno en pleno, la Policía Nacional, la Guardia Civil y las Fuerzas Armadas.