En el conflicto de Cataluña no han tardado en acusar de adoctrinamiento y de instigar el odio hacia España a las escolas, a la educación de los más pequeños. Pero ningún maestro en español o mestre en catalán dignos de tal nombre son capaces de utilizar a sus alumnos en beneficio de sus ideas políticas.

Eso lo afirmo desde mi experiencia de más de treinta y cinco años de maestra de escuela - sí, con unos meses también en Cataluña - en los que he tenido la suerte de trabajar con cientos de profesores de todo pelaje ideológico que imparten sus clases con imparcialidad y con un respeto exquisito hacia cualquier forma de pensar, de creer o de ser. Sin adoctrinamiento hasta entre los profesores de religión católica que dan una visión del mundo y de las otras religiones basada en el respeto. Mucho menos instigando el odio hacia otros, porque eso no entra siquiera en la definición de educar.

Como en toda regla habrá excepción, aunque yo no me he encontrado con ninguna. Pero poner en cuestión la profesionalidad de los mestres y mestras es tan absurdo como pensar que los traumatólogos de derechas van a curar peor las lesiones de la mano izquierda; que los notarios de izquierdas, que alguno habrá, van a dar además de fe, esperanza y caridad, o que los mossos de escuadra cargan solo contra los que hablan español y la policía nacional contra los que dicen bon día.

Es tan absurdo como lo dicho, y aplicable a cualquier profesional. Y es indignante el empeño en echar parte de la culpa del independentismo catalán a la educación, cuando en justa correlación debería echarse también la culpa de la defensa de la unidad de España a la Lomce, que es una ley de educación que prácticamente solo ha apoyado el PP. Sobre todo porque no hay culpa en ser independentista aunque yo no lo entienda, o en hacer españolistas a la fuerza, aunque tampoco.

La educación no es el problema sino la solución. Por eso los docentes tenemos claro que somos un instrumento más para que nuestros alumnos puedan pensar con libertad, y que nuestra tarea es poner a su disposición conocimientos lo más objetivos posible, para que reflexionen libremente y construyan su pensamiento, sus ideas, su personalidad. Como sabemos que cuando un niño entra en clase ya viene con una idea del mundo que surge de su propia experiencia: la de su familia, la de sus vecinos, la de su barrio, la de su pueblo. Su propia cultura.

Porque toda la sociedad educa en conjunto, y es difícil educar en la paz si viven en una guerra, educar en la igualdad si algunos no llevan bocadillo para el recreo, educar en el respeto si en su casa pegan a su madre o si los jóvenes odian a los extranjeros porque vienen a quitarles el trabajo. Algunos se educan sin escuela.

No somos los maestros tan importantes como para adoctrinar a nuestros alumnos ni aun queriendo, que no es el caso. Yo misma crecí cantando "prietas las filas" para salir al recreo y "con flores a María" en mayo; estudiando que en el Imperio de España no se ponía el sol; creyendo que fuimos a América a evangelizar a los indios infieles para que pudieran ir al cielo; y pensando? Y pensando gracias a que me enseñaron mis maestras y mis profes. Y ya veis de qué sirvieron las enseñanzas llamadas ahora currículo, entonces de orientación franquista? ¡Les salí roja!

No niego que un maestro pueda influir en sus alumnos. Lo que afirmo es que siempre lo va a hacer desde el respeto, sin manipular ni adoctrinar.

Me vienen a la cabeza muchas anécdotas de mi vida profesional. Os cuento una. En Benavente, en un grupo de educación compensatoria con gitanos y mercheros, les expliqué que no iba a ir a clase porque había una huelga general. Me preguntaron qué era eso y les hablé de la Constitución, de los derechos de los trabajadores, de que no podían despedirte pero te quitaban el sueldo del día, y de que se pedía más trabajo. Preguntas que hicieron: la habitual, ¿nosotros tenemos que venir a clase?; la de su experiencia, ¿los del mercadillo pueden hacer huelga?; la comprometida y con mucha gracia, ¿a qué hora va a pasar la huelga por Benavente, que yo quiero ir?

Con este escrito quiero solidarizarme con los maestros y los mestres injustamente acusados de incitar al odio, y agradecer a mis profes que me enseñaran a pensar.

Y como yo no soy ejemplo de nada, pero sí conozco a quien lo ha sido, se lo dedico a Saturnina, la maestra de Toro que enseñó como una verdadera profesional, sin adoctrinamiento y sin odio pese a la represión sufrida, durante toda su vida. Vi que fue enterrada con una bandera republicana. Quizá por eso fue tan buena maestra.