En mi cotidiano deambular, paso cada día por la Plaza Mayor donde hay algo que me atrae la atención de manera obsesiva. Se trata de una placa conmemorativa colocada en la fachada del Viejo Consistorio, actual sede de la Policía Municipal.

Una placa de mármol que está allí desde hace noventa años. Contiene la siguiente dedicatoria: "A don Agustín Jambrina, don Manuel Fernández y sor Perfecta Temiño, párrocos de San Torcuato y San Lázaro y sierva de María, condecorados con la Cruz de Beneficencia de primera clase por su extraordinario celo durante la epidemia gripal de 1918. la ciudad agradecida. xii-vi-mcmxxvii".

El homenaje por los actos de caridad cristiana que realizaron aquellos sacerdotes y la monja, los realizaron en el año 1918 prestando auxilio a los numerosos enfermos que produjo aquella epidemia; pero los actos en honor de los abnegados héroes no se celebraron hasta nueve años después.

La prensa de 13 de junio de 1927, informaba que el día anterior, en el templo de San Andrés se habían celebrados los actos en honor de los virtuosos párrocos de San Torcuato y San Lázaro, don Agustín Jambrina y don Manuel Fernández, y de la Superiora del Hospital de Portugalete Sor Perfecta Temiño, condecorados con la Cruz de Beneficencia por los actos de caridad cristiana que realizaron durante la epidemia gripal en 1918.

Hubo una Misa de "acción de gracias", amenizada por la capilla y orquesta de la Catedral, y en el salón de Actos del seminario Conciliar "San Atilano" se pronunciaron brillantes discursos analteciendo la obra de los condecorados por el Gobierno de la Nación. El Alcalde también tuvo frases de alabanza a los homenajeados y el Obispo, doctor Antonio Álvaro Ballano puso fin a los actos congratulándose de contar con sacerdotes que saben cumplir con la misión que les impone su Sagrado Ministerio, y con diocesanos que saben reconocer y premiar los beneméritos servicios de esos ministros del Señor.

El párroco don Agustín Jambrina, en nombre de los tres religiosos condecorados dio las más expresivas gracias a todos los que habían propiciado el homenaje. Luego, todos los asistentes se trasladaron al vestíbulo de la Casa Consistorial y el Alcalde descubrió la lápida conmemorativa del homenaje a aquellos héroes.

Los medios de comunicación existentes en aquel nefasto año dieciocho difundían consejos para intentar paliar los efectos de aquella epidemia que se cobró la vida de muchos jóvenes y otros no tan jóvenes.

Decían las crónicas: "Hace falta alimentación sana. Se precisa habitación saneada e higiénica; se necesita no permitir aglomeraciones de público en locales cerrados donde se vicia y enrarece la atmósfera; se precisa obligar a que se cumpla lo que preceptúan las leyes vigentes sobre higiene. Y si después de hecho todo esto la epidemia sigue arrebatando vidas, siempre nos quedará el consuelo de pensar que por nuestra parte hicimos cuanto nos fue dable para amortiguar los efectos del mal".