Pese a las predicciones apocalípticas de los catastrofistas, la Diada resultó multitudinaria, festiva y pacífica. Hubo, eso sí, una postrera llamada a la insumisión ciudadana por parte de uno de los voceros de las asociaciones convocantes, pero también una llamada al diálogo con el Gobierno del Estado por el presidente de la Generalitat, que ejerce unas veces de pirómano y otras de bombero. Como ocurre siempre en este tipo de convocatorias hubo polémica sobre el número de participantes. La guardia urbana de Barcelona lo estimó en un millón de personas, la Delegación del Gobierno en 350.000 y Societat Civil Catalana, en 225.000. En cualquier caso, mucha gente que se desplegó por las calles en forma de cruz para simbolizar no sabemos si un hecho sacrificial o la raigambre cristiana de los allí reunidos.

Desde los minaretes radiofónicos de Madrid los mensajes fueron muy variados. En la SER, que tiene una amplia nómina de locutores catalanes (Angels Barceló, Carles Francino, Josep Ramoneda, Josep Martí, etc.), fue perceptible el deseo de cohonestar el escrupuloso respeto a la legalidad constitucional con el respeto a los sentimientos de la catalanidad más catalana. Unos sentimientos, que ya Ortega y Gasset, en la memorable sesión de Las Cortes de 13 de mayo de 1932 sobre el Estatuto de Cataluña, definía como "nacionalismo particularista". Es decir, "un sentimiento de contornos vagos, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos y colectividades". En definitiva, un sí pero no permanente que en una coyuntura histórica le impulsa a aislarse de los demás y en otra a convivir con los mas próximos. Un destino que Ortega califica de "terrible" y que nos obliga a catalanes y españoles a dar por imposible la solución total del problema que debemos resignarnos a "conllevar". Y en esas parece que seguimos, "conllevando" en un momento de especial tensión convivencial.

Por lo demás, la jornada fue pródiga en opiniones, pero mucho me temo que cada uno solo tuvo tiempo para prestar atención a las suyas. En ocasiones, furibundas. Como las de esos tertulianos de Madrid que insisten en pedir cárcel para el presidente de la Generalitat y para la presidenta del Parlament y mano dura contra la dirigencia nacionalista. A estos tertulianos la actitud del presidente del Gobierno español les parece blanda, timorata y muy peligrosa para los intereses nacionales. Y le piden que lleve a sus últimas consecuencias lo que en los medios ha dado en llamarse "choque de trenes" en vez de dar una respuesta jurídica, graduada y proporcional, al desafío. En realidad, es la única salida razonable que le queda antes del anunciado referéndum ilícito. Porque el PP, históricamente, ha cometido muchos errores fomentando un anticatalanismo grosero para conseguir réditos electorales en el resto del territorio. Desde aquel "Pujol, enano, habla castellano", que luego obligó a Aznar a hablar catalán en la intimidad, a la recogida de firmas contra el Estatut y, por fin, al recurso de inconstitucionalidad contra el mismo. Herir sentimientos tiene un precio.