Pues parece que la cosa no era para tanto, por fortuna, y que la Díada discurrió por términos y modos normales, dentro de lo esperado, claro, dentro del independentismo y de las banderas esteladas y de las pancartas y los gritos pidiendo una república de Cataluña y la votación del 1 de octubre, y de los mitines tan fanáticos como rocambolescos. Pero no se produjeron incidentes graves, temidos por el Gobierno, el Govern, y el resto de los españoles. Y es que, Rajoy por un lado y Puigdemont por otro se estudian y miden como dos rivales en un ring, tanteando, amagando, y esperando.

El Gobierno envió a la región catalana más fuerzas del orden pues existía el riesgo, con toda la lógica y razón, de una instrumentación provocativa, flotando en el ambiente la amenaza explícita de incendiar la calle, y se quería evitar cualquier víctima que luego se pudiera utilizar como mártir de la enloquecida distopía que nunca se convertirá en realidad. Pero es que el Govern igualmente debía tener miedo de lo que pudiera ocurrir si las masas se descontrolaban y ocurría algo que pudiese dar motivo a que Rajoy hiciese uso ya del articulo 155 de la Constitución o de la ley de Seguridad Nacional y ello pusiese en mayores dificultades su pretendida celebración del referéndum. Por eso, el movimiento parecía controlado y el medio millón de personas que asistieron a la Díada, bastantes menos según fuentes oficiales, se supieron contener, dentro de lo que cabe, en sus tareas de acoso dirigido.

Menos están sabiendo comportarse sus dirigentes, cada día mas hundidos en la chapuza pese a su chulería. El de la Generalitat mantiene el reto contra las decisiones judiciales y viene a asegurar que a él solo puede quitarle el cargo el Parlament de Cataluña y nada más. La alcaldesa Colau, que primero dijo que no cedería locales para la consulta, se ha vuelto atrás y afirma que colaborará en todo lo que pueda para el referéndum. Otro de los secesionistas anima a la gente a imprimir las papeletas en casa e ir con ellas a votar si se presenta alguna dificultad en este sentido. Las alcaldías siguen sin confirmar en su mayor parte la colaboración necesaria. Y así todos, más o menos, muy firmes por fuera pero se diría que están llenos de miedo por dentro a lo que pueda pasar, pues ya no deben tener tan por seguro como antes que Rajoy se limite solo a mandar a los jueces el discurrir del proceso y sus ilegales y surrealistas leyes sino que pase a otras medidas más directas y resolutivas. Incluso alguno de los iluminados separatistas ha dejado caer ahora que estarían dispuestos a hablar para tratar de llegar a un acuerdo final. Da la impresión de que ya no están seguros de sus fuerzas y que su futuro se proyecta como un fracaso, un ridículo y las responsabilidades correspondientes, muy graves en algunos de ellos, pues lo que se intenta perpetrar es sencillamente, como se ha dicho, un golpe de estado regional.

Faltan aun poco más de dos semanas y puede que los acontecimientos se precipiten o no. Por ahora, todo sigue su curso crispado, paso a paso como ha dicho Rajoy que actuará el Gobierno. Por su parte, la oposición mantiene sus papeles, con el líder de Podemos, gritando "Viva Cataluña libre".