Cuando escribo estas palabras tengo todavía la impresión y el sentimiento de que sigue entre nosotros quien fuera exponente de muchos ciudadanos y ciudadanas, al haber simbolizado y padecido las discrepancias, los enfrentamientos y el sufrimiento; y simultáneamente representó la avenencia y la concordia. Todo ello producto del desgarro de la dos Españas que iban a helarnos el corazón que decía Antonio Machado.

Se han cumplido ochenta y un años desde que un 6 de agosto de 1936 asesinaran a Manuel Antón Martin, militante y dirigente del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores, es decir 18 días después del 18 de julio, elegido por los fascistas para dar el golpe de estado seguido de una guerra a la que llamaron "alzamiento" declarándola fiesta nacional. Eso sí, dividiendo, una vez más, a los españoles en vencedores y vencidos. Ese mismo día Ángel Antón y otros dos hermanos, hijos de Victoria Chillón y Manuel Antón - como otros niños de nuestro país- ya eran huérfanos, con 5, 7 y 9 años. Valga como muestra para toda la provincia de Zamora, de Castilla y León y de toda España, los hijos de los veinticuatro asesinados en el barrio de Olivares y de las veintisiete víctimas de Torres del Carrizal. Por cierto, durante estos días se celebran homenajes a los vecinos fusilados en actos muy justos y pertinentes, con los que me solidarizo.

Desde ninguna perspectiva se pueden explicar los crímenes, y menos cuando las acusaciones y testimonios, para su fusilamiento, se argumentaron desvergonzada y paradójicamente en que los ejecutados defendían el orden legal y democráticamente establecido. Estas razones, su crudeza y dolor social, deberían servir para no repetir tan terribles violaciones. Es también necesario que los procesos de la llamada y cuestionada, (por la derecha) recuperación de la memoria histórica, debe ayudarnos a cerrar las heridas, que no abrirlas como sostienen algunos.

Igual que otros socialistas, Ángel Antón personificó algo más que un buen ciudadano, un magnifico profesional y un espléndido padre de familia. Ángel ha significado el paradigma de una España que ha sufrido todos los despropósitos, cuyos resultados fueron la destrucción de las personas y de las familias, en definitiva, de la sociedad española. Todo ello ocurrido en el siglo XX. Es decir, hace muy poco tiempo.

Por eso, cuando desde la derecha se arguye que hay que olvidar el pasado porque despierta odios, Ángel Antón y su familia lo han desmentido con su proceder correcto y profesional, asumiendo sus responsabilidades cívicas en un ambiente hostil, no democrático e incompatible con su pensamiento. Lo demuestra la siguiente anécdota macabra: desde su propio establecimiento atavió incluso a sus enemigos.

Es lógico que en alguna circunstancia estuviera preocupado porque su conocida y pública condición de socialista, que nunca ocultó, pudiera perjudicar todavía más a su actividad profesional. Sin embargo su conducta ha sido la expresión más cabal del más correcto comportamiento civil, después de una guerra incivil. Para a continuación arrebatar el poder político seguido de una persecución a quienes representaban y defendían legítimamente la II República. Terminada la guerra perduró el acecho inmisericorde contra los vencidos, sin ninguna piedad. Todo ello protagonizado por las derechas franquistas y del nacionalcatolicismo.

Ángel Antón, durante su larga vida profesional, tuvo que dejar los estudios a los 13 años para ayudar a su madre viuda con tres niños, y para que estos pudieran seguir estudiando, eso sí, culminando brillantes carreras universitarias. No olvidemos que desde niño acompañó a su madre Victoria a ganarse la vida con enormes dificultades porque el hostigamiento desde la dictadura franquista no les dejaba ni siquiera trabajar, como lo demuestra la clausura de un embrionario hotel cerrado por la autoridad: "porque dijeron que íbamos a hacer reuniones clandestinas". Sin embargo su convivencia ha sido ejemplar, más allá de la lógica herida tanto de Ángel como de toda su familia. A pesar de todas las vicisitudes: "nunca guardé rencor". Por esas y otras razones de ejemplar comportamiento, siempre ha sido respetado y querido fundamentalmente por su integridad.

Con esfuerzo obstinado, tesón y cierto orgullo, consiguió eficaces resultados tanto sociales, profesionales y económicos, sacando a su familia adelante, a pesar de las severas dificultades, al tiempo que recogía el respeto y la admiración de la sociedad civil, acompañado de su mujer Tere y sus hijos Victoria, Ángel y Manolo. Esa estima y agradecimiento se manifiesta con distinciones y reconocimientos de las instituciones públicas; destacando la Medalla al Mérito del Trabajo, concedida por el Gobierno de España, eso sí, socialista y por lo tanto democrático.

Ha sido tan pública y trasparente su vida profesional y social que no es necesario añadir adjetivos que califiquen su ejemplar comportamiento, por otro lado favorablemente reconocidos por la inmensa mayoría de la sociedad con la que se ha relacionado: clientes, proveedoras amigos, compañeros y vecinos en general.

A lo largo de su intensa vida, sus dos grandes preocupaciones y ocupaciones fueron su familia y la prolongación de la misma representada por el PSOE. Merece especial atención su compromiso político consecuente con esos principios éticos trasmitidos por sus padres. Sin esos principios, que significan trabajar para conseguir la paz la igualdad y la fraternidad, la política es otra cosa menos noble.

Su relación con el Partido Socialista siempre ha sido el compromiso con sus ideales, antes de la Transición, es decir desde la clandestinidad en tiempos difíciles; apoyando en todos los sentidos y en épocas difíciles tanto él como su madre Victoria. Durante el tiempo de nuestra larga amistad pusimos en común, con otros compañeros, y desde distintas perspectivas, nuestras ideas y sentimientos en muchísimas horas de conversación y encuentros, eso sí, "observados por la policía de lo social".

Cuando se recuperó la democracia y el PSOE tuvo que asumir muchos e importantes compromisos institucionales, siempre se pensó que Ángel ocuparía, por su evidente competencia, alguna de estas responsabilidades. Así se le ofreció en repetidas ocasiones. Siempre declinó la invitación. Eso sí, siempre fue conciliador y mediador en el trato orgánico y personal. Nunca actuó de modo sectario ni interesado.

Aprendimos de nuestros mayores que "ser socialista, no es una opción, es una obligación", o como repetía Pablo Iglesias: "sois socialistas no para amar en silencio nuestras ideas, sino para llevarlas a todas partes". Consecuente con esos principios, Ángel Antón, ha sido y lo seguirá siendo, en nuestra memoria, una persona íntegra, un hombre machadianamente bueno.