En lo que va de año se han producido en Zamora más de quinientos incendios; cien, en una sola semana, en la Comunidad de Castilla y León; casi dos millones de hectáreas arrasadas, en lo que va de siglo, en el conjunto de España, repartidas entre más de 250.000 incendios. Son datos estremecedores que ponen los pelos de punta a cualquiera, y más, teniendo en cuenta que en su mayor parte han sido provocados, de manera intencionada, por incalificables desalmados.

En comunidades, como las de La Rioja y el País Vasco, solamente se ha quemado el dos por ciento de la superficie quemada en Castilla Y León, en el primer caso, y el diez por ciento en el segundo. Y no será, precisamente, porque en estas regiones no abunde el monte y la vegetación. Quiere esto decir que aquí, en nuestra tierra, existe un número de cafres muy superior al de las autonomías del norte. Cafres, por utilizar un calificativo amable para esos desaprensivos.

Si en otros lugares de España los datos relativos a incendios no son tan extremos como aquí no debe ser por casualidad, sino porque los servicios de prevención funcionan mejor y, sobre todo, porque los ciudadanos que allí habitan gozan de una concienciación medioambiental mucho más desarrollada. Aquí, en nuestra querida región y en nuestra amada provincia, deben proliferar los especímenes procedentes del paleolítico, cuyo cerebro debe encontrarse bajo mínimos, pues de no ser así no podría explicarse esta aberración que conduce a la extinción de la naturaleza, y a que Zamora ocupe el sexto lugar entre todas las provincias de España con más hectáreas aniquiladas.

Algunos podrán decir que en Castilla y León es mucho mayor la superficie a cuidar (94.000 km2, sobre los 7.000 km2 del País Vasco o los 5.000 Km2 de La Rioja), de la misma manera que otros argumentarían que se podría obtener un ratio de signo opuesto si se tomara el número de habitantes por kilómetro cuadrado (25 en C y L, 64 en La Rioja y 300 en el País Vasco). Pero, en cualquier caso, ninguno de los dos ratios deberían ser base suficiente para establecer relación directa con la pobreza de miras de la gente en lo que se refiere a la conservación de la naturaleza, ni tampoco con el elevado número de terroristas ambientales que por aquí deben abundar, que han conseguido acabar con el 20% de la superficie forestal de la provincia. Porque prender fuego a un bosque es algo tan contra natura como agredir a la propia madre.

Quemar superficies forestales no solo es un grave delito, sino también una torpeza que nadie debería perdonarles. A la vista de estos datos que erizan el cabello, hay que dar por hecho que aquí somos más brutos que un arado, y que la administración se ve incapaz de poner orden, de ahí que solo cabría emplear aquélla máxima de "la letra con palo entra", y actuar contra esa gente sin contemplaciones, con la contundencia propia que deben facilitar las leyes. Unas leyes que deberían contemplar penas proporcionales al mal causado y no meros toques de atención. Tal contundencia nunca sería excesiva, porque estamos ante una situación límite, donde hay que decidir entre ellos o nosotros, entre la continuidad de la vida o la extinción de la misma. Acabar con los terroristas medioambientales es una prioridad tan importante como acabar con el terrorismo islámico, porque un país como el nuestro, que se desertiza por momentos, debido al cambio climático, no puede permitir la acción impune de estos vándalos.

A esos individuos cuyo perfil va desde el de la boina roscada a la cabeza - que se conforma con apañar una tierruca - al indeseable de guante blanco - que dirige el cotarro desde el yate en el que navega por el Mediterráneo, haciendo negocios especulativos, ya sean agrarios o inmobiliarios - hay que pararles los pies: a los unos varándoles el barco y a los otros desenroscándoles la boina.

¿O es que sería mucho pedir a los señores diputados, que se sentaran una tarde, en uno de los restaurantes próximos al Congreso, para ir pergeñando leyes como Dios manda?

Los medios de información tampoco parecen haber tomado conciencia del holocausto que se nos viene encima, ya que de haber sido así, hubieran dedicado más tiempo al tema. Pero, desafortunadamente, no existe periodismo de investigación al respecto, sino meros datos que informan de cuantas hectáreas se han destruido, cuantos helicópteros y aviones han actuado, o cuanta gente ha participado.