Mecanografía. Con trece años, y el cuarto de bachillerato de entonces superado con éxito, mi padre decidió apuntarme en una academia de taquigrafía y mecanografía. Decía que aprender a escribir a máquina me ayudaría mucho en el futuro. Tenía razón porque creo que, entre otras cosas, casi todos los amigos de mi generación que han tenido problemas para usar ordenadores, ha sido por una especie de horror vacui al teclado. Pero ello no impidió que me encontrara muy incómodo, rodeado sólo de mujeres mayores, aspirantes, supongo, a puestos de secretaria en alguna empresa u opositoras en ciernes. Había que superar la doscientas cincuenta pulsaciones por minuto a base de transcribir fragmentos de "El Quijote" suministrados por unos entonces modernos auriculares "Philips" conectados a una grabadora de la misma marca. Maldije mucho aquel verano (solo fue el mes de julio) hasta que recogí la siembra: pasaba mis apuntes de bachillerato y carrera a máquina, había bofetadas por fotocopiarlos, y no cobré derechos.

Windsurf. Unos pocos días, no sé me dio bien al principio, después sí, pero no prosperé. Era en la bahía de La Coruña, donde hoy mis sobrinos Mauro y Marina hacen vela muy bien, sobre todo el primero. Yo entonces vivía en Barcelona y no hubo forma de darle continuidad a aquello, los amigos eran distintos, las amigas mucho más, las novias mucho menos, y en La Coruña podía ser un pijo efímero, en Barcelona no, sólo si me iba a Cadaqués.

Motociclismo. Casi todos los veranos desde adolescente. En Begur, en Malgrat de Mar, en Barcelona, en Tona, en Puigcerdá, en Sitges? mucho trial, con aquellas montesas rojas de distintas cilindradas (las "cotas"), algo de Vespa y de Lambreta, una "lobito" de Bultaco, inigualable. La afición me ha llegado hasta hoy, con moto roja pero solo para hacer recaditos cerca de casa, no vaya a ser, siempre con casco y protecciones.

Estupideces. Solo este verano, unidas a las desgracias de los atentados de Barcelona y Cambrils. Y rematadas con un absurdo pleno en el congreso de los diputados el pasado miércoles. Rajoy estaba encantado: dijo lo que quiso, respondió a casi nada y le aplaudieron a rabiar los suyos. Esa inteligente oposición que tenemos está hiperempanada, aunque no coma el suculento plato gallego.

Así son las pequeñas cosas que se aprenden en verano, como la canción de Serrat, y la del "Dúo Dinámico" que lo cierra, "El final del verano."