España es un país de tabernas, aunque hoy se les llame bar o cafetería. En estos lugares seguimos encontrándonos para beber, comer y charlar. Esto último lo solemos hacer a voces. Tenemos fama de hablar demasiado alto, muchas veces para tener más razón elevamos el tono en nuestras intervenciones. Recuerdo muy bien la frase que repetía uno de los vociferantes bebedores, en el bar que regenté en mi pueblo cuando era universitario, "? porque la razón no tiene más que un camino, te lo digo yo", repetía una y otra vez. Con demasiada frecuencia las conversaciones se zanjaban de esa manera. El más zote solía quedarse la última palabra. En más de una ocasión intenté plantear alguna objeción a semejante falta de argumentos, por intentar que los demás dieran su opinión, pero fue bastante estéril, nadie quería discutir con el mentecato y yo debía seguir despachando cafés y copas.

Aquel ambiente tabernario se ha ido perdiendo y en las barras de los bares o en sus mesas se conversa poco, casi todo el mundo está pendiente del móvil, atendiendo alguna conversación virtual, con sus interlocutores y su patán de turno. La taberna ya dejó de ser el local del pueblo o del barrio, un sitio donde quedar con los colegas y enfrentar pareceres, ahora se citan en las redes sociales. El encuentro está garantizado, cualquiera puede acceder a este "no lugar", incluso los menores de edad, desde cualquier punto del planeta, con una sola condición: que haya conexión a Internet. Con este requisito ya se puede entrar en la taberna global, abierta las veinticuatro horas del día. Posee una cualidad propia de dioses: la ubicuidad. Está en muchos sitios a la vez, puedes acceder a ella desde tu trabajo, hogar o medio de transporte y no importa tu cultura, idioma o religión. Cuenta con diferentes modos de relación, según prefieras más intimidad o menos, un contacto más social o profesional, con imágenes o no, en fin, puedes elegir Facebook, WhatsApp, Twitter, Instagram, YouTube, etc.

Millones de personas se relacionan con el mundo entrando en esta taberna global, les resulta cómodo y barato, pueden consumir una amplísima gama de productos, muchos de ellos saludables, buenos para su vida, porque les aportarán información, conocimiento y diversión. También van a verse asaltados permanentemente por invitaciones poco o nada edificantes, nefastas para relacionarse racionalmente con otras personas o situaciones. Lo que pasa ahí dentro se convierte muy a menudo en noticia que reflejan los medios de comunicación tradicionales, como los periódicos, digitales o no, la radio o la televisión. Por eso podemos leer en una columna de opinión que "las redes sociales están que arden". Aunque no estés en Facebook ni en Twitter, como es mi caso, te vas a enterrar de las constantes polémicas que abrigan. La mayoría causan vergüenza y bastante preocupación. Parece que compiten por ver quién embiste más fuerte, quién lanza el "zasca" más ofensivo y virulento que deje al otro interlocutor fuera de combate, o sea, del chat. Una pírrica victoria parecida a la del otro gañán en la taberna de mi pueblo. Pero ahora sin discusión, porque tú creas un nicho de informaciones que te son afines reforzando tu punto de vista, y los propios algoritmos de las redes filtrarán los datos que aparecen en tu pantalla, reduciendo aún más cualquier alternativa de pensamiento.

El último caso relevante tiene relación con los terribles atentados en Cataluña que han provocado que aflorara por doquier esa manera "tabernaria" de enfrentar un suceso trágico y de gran complejidad social, cultural y política. El terrorismo yihadista requiere medidas muy meditadas en diferentes ámbitos. Resulta desazonador descubrir que algunos terroristas implicados en la masacre de Barcelona, nacieron en nuestro país, son de "segunda generación" y fueron a nuestras escuelas. Quizás hemos puesto poco interés en llevar a las aulas la interculturalidad, hemos entrenado muy poco a nuestros niños y adolescentes en los valores de la tolerancia, la empatía y el respeto a otras identidades. Por esto aflora en las "sopa" de las redes sociales tanta xenofobia, tanto odio a los musulmanes, a todos, como si ellos mismos no fueran víctimas de los fanáticos radicales que asesinan personas indiscriminadamente. Alguno de estos zoquetes de taberna cuelga un falso documento de pago de ayudas sociales a un inmigrante musulmán, con el ánimo de tener más razones en su petición de que los echen a todos. Otros energúmenos, como el alcalde de Alcorcón, acusa a la alcaldesa de Barcelona de allanar el recorrido a los terroristas y, sacando de contexto una foto, pregunta de qué se ríe. La bajeza de este político le convierten en repugnante ejemplo de mentecatez. Lo peor es que ha sido secundado por tertulianos y columnistas, también en este periódico, en esta vomitiva estrategia de difamaciones e insinuaciones enloquecidas sobre alguna conspiración que pudiera explicar su sonrisa en el acto de homenaje a las víctimas del atentado.

Mal vamos si tan vasto escenario, el de las redes sociales, es ocupado por las "cabezas que embisten" en lugar de por las que piensan. Ya nos avisó Machado. En fin, como escribía Eduardo Galeano en su necesario libro "Patas arriba. La escuela del mundo al revés": "Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: en el que seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo".