Días pasados unas mil personas se congregaron en torno a la ermita que recuerda al desaparecido hace 50 años pueblo y comunidad de Argusino para celebrar, hablar, rezar, rememorar. El hecho en sí puede denominarse histórico porque se ha desarrollado en el tiempo, recuerda la salida del último vecino y el cierre de la presa de Almendra. Pero el hecho es trascendente porque va asociado a lo inmortal y lo esencial. Resulta sorprendente que en nuestro tiempo, tan dado a lo efímero, a lo eventual, al olvido, a lo útil, a lo rentable , haya habido un grupo de personas que durante cincuenta años haya mantenido una memoria de un pueblo, que en su materialidad no existe sus raíces, sus costumbres, sus relaciones y amistades, sus recuerdos. Ese grupo animó la construcción de una pequeña ermita, que luego se amplió. Mantuvo la tradición de sus fiestas, la Cruz, su procesión hasta las aguas del pantano, su mirada hasta su lejano cementerio y pueblo guardado bajos las aguas. Esas gentes, más bien muchos de su segunda y tercera generación se han unido para convocar a sus gentes dispersas y celebrar entre añoranza, gozo, recurso, reivindicación la memoria de sus abuelos, un día obligados a buscar otro lugar, otros espacios para seguir viviendo. Y se puede opinar sobre la oportunidad de hacer un pantano tan grande y la no previsión consensuada de qué hacer de forma ordenada o cómo hacer mejor lo que a los moradores de aquel pueblo les hubiera gustado tanto en el campo de sus bienes materiales como a su comunidad cristianas, ( Imágenes, cruces, retablos?). La percepción popular de lo que pasó se ha escrito, con luces y sombras y ha pasado verbalmente de abuelos a nietos en esos cincuenta años. Ahora estos descendientes se han organizado y bien, han preparado fiesta de 50 años, la convocatoria ha encontrado mucho eco y seguimiento, se han realizado muchas actividades y compartido emociones, recuerdos. Esto trasciende y supera la propia realidad. Todo merece un elogio . El pueblo llevaba como una herida, junto a otras que no llegaba a asimilar. El obispo y el gobernador no actuaron bien en aquella ocasión. Y en este día el cura nuevo de Bermillo a quien corresponde la jurisdicción de la ermita, estaba allí, presidiendo esta comunidad esperanzada, ilusionada y dispersa y tuvo la humildad y el coraje de pedir mil perdones al pueblo por la actuación del jerarca de entonces. Ese cura reconcilió a esa comunidad con su iglesia en la que cree, bien representada por la persona y acción de este presbítero que a pesar de llevar tan poco tiempo, acertó cristianamente en su papel de reconciliador. La gente lo entendió, se emocionó, lloró y perdonó. La humildad del párroco entró en los corazones de todos. Este acto trascendente nos deja muchas lecciones. Solidaridad, cercanía , ayuda entre personas que apenas se conocen, mantenimiento de una memoria de sus mayores, esfuerzo y colaboración altruista para muchos, tradiciones de iglesia revividas cada año en esa devoción a la Sta. Cruz que fueron las de sus abuelos y pueden seguir siendo las suyas, dirigentes sacrificados y competentes que han ofrecido mucho esfuerzo e ilusión