El atosigante calor que padecemos no invita a pasear por el término de Pajares de la Lampreana, pero a quien ha nacido en estos páramos no le arredran estos sofocantes envites y sale a dar una vuelta por caminos de concentración parcelaria. Los campos están resecos. Solo flamean orgullosos girasoles con vistosas cabezas verdeamarillas. Algunos garbanzales están tan canijos que dan para pocos cocidos. "Los ha achicharrado el calor", me comenta el agricultor pajarés Abraham Miguel, que suele sembrar todos los años varias fanegas de garbanzos ecológicos.

Abro bien los ojos para detectar la presencia de algunas aves que tradicionalmente anidaron en estos pagos, como la cucuyada o cogujada y la terrerina, a la que el Diccionario de la Lengua Española llama terrera y la define como alondra. Ni rastro. Solo veo en algunos cerros próximos a Villalba de la Lampreana bandos de avutardas, las aves voladoras más pesadas del mundo. De tanto en tanto, un milano sobrevuela para divisar alguna perdiz o los irreductibles topillos de campo.

La fauna está mermada y la flora escasea, salvo el hinojo, algunos cardos, jenijos o cenizos, abrojos, gatuñas, mielgas y correhuelas, que por aquí llaman correyuelas y en Aragón gorrotillas. Algunas mujeres ponían ramas de hinojo en los gallineros para ahuyentar a los piojos. Se conocían menos sus propiedades para expulsar gases. Pío Font Quer cita el clásico proverbio de la Escuela de Salerno: "Semen foeniculi pellit spiracula culi-" (La simiente del hinojo expulsa los aires del culo).

Crece en algunas tierras una planta verde y ampulosa. Cuando la vi por primera vez en Pajares, hace una veintena de años, la admiré por su verdor reluciente y sus flores blanquecinas en forma de trompeta. Pregunté a varias personas cómo se llamaba y nadie supo darme una respuesta; pero algunos pajareses me aseguraron: "Los animales no la comen".

Tenían motivos para ello. Se trata del estramonio, una planta silvestre cuyo nombre científico es Datura stramonium, conocida también como revientavacas, hierba hedionda, higuera del infierno, berenjena del diablo, vuélvete loco... Esta última denominación le viene muy al pelo, como pudieron comprobar los familiares de dos jóvenes de 18 años que hace ahora seis años cometieron la torpeza de tomarla en Getafe como una droga y fallecieron envenenados. Se tituló entonces una información en este periódico: "Mejor dejarla donde está".

Allí la dejé y me adentré en las calles del pueblo. Me llevé otra sorpresa: se ven este año muchos menos vencejos y golondrinas. Vi algunos nidos de aviones debajo del alero de un tejado próximo a mi casa. Los aviones hacen unos primorosos nidos con barro, como las golondrinas. Un joven que nació y vive fuera del pueblo, pero que viene a estar con sus abuelos en verano, advirtió que observaba el nido y me dijo: "Estos nidos de golondrinas son muy bonitos". Tuve que explicarle que no son nidos de golondrinas, sino de aviones, porque las golondrinas construyen sus nidos en las vigas de los tenados y pajares. Me miró algo asombrado y le comenté que el poeta Gustavo Adolfo Bécquer comete un error cuando dice en un celebrado poema que "volverán las oscuras golondrinas / de tu balcón los nidos a colgar", porque las golondrinas nunca han colgado sus nidos de los balcones. Una anciana comenta atinadamente en "La esfinge maragata" de Concha Espina: "¿No lo ves? Son los aviones; estos son mansos como golondrinas y hacen el nido en los alares".

También escasean los tordos, los gorriones y los vencejos. Estos ya no anidan en los huecos de los aleros de los tejados, porque la mayoría de ellos se han sellado con cemento. Tampoco los vencejos vuelan en grandes bandadas enfilando callejas con persistentes chirridos. Es quizá una prueba evidente de que en España, como en Europa en general, existe un descenso considerable de aves. Según algunos estudios, en la Unión Europea durante los últimos 30 años han desaparecido en las zonas rurales 300 millones de parejas reproductoras, algunas de especies tan comunes como los gorriones, las alondras y los estorninos. ¿Y qué decir de las aves domésticas? Había miles de gallinas ponedoras que cacareaban en los corrales de las casas y hoy solo hay algunas docenas. Menos mal que quedan en el campo las majestuosas, desconfiadas y protegidas avutardas.