Hago referencia a una curiosa crónica que publicaba un periódico en 29 de agosto del año 1901 (desde entonces, han transcurrido ciento dieciséis años): Decía aquella crónica que el rey de Inglaterra era nada menos que zapatero, un artesano que, desde los quince años manejaba a la perfección la suela y el cuero, en cuyo oficio era un verdadero artista.

Sin embargo, ya hacía tiempo que Su Majestad no trabajaba en zapatería más que lo necesario para entretener sus manos y no olvidar lo aprendido. De vez en cuando confeccionaba un par de botines para su esposa o para sus hijas.

Por aquellos tiempos, un joven perteneciente a la alta aristocracia, a quien el entonces todavía príncipe honraba con su amistad, apostó doscientas libras esterlinas con uno de sus camaradas a que conseguía que el hijo de la Reina Victoria hiciera un par de zapatos de charol, que los luciría dentro de tres días en un baile de la Corte.

El joven duque se presentó al día siguiente ante el príncipe y con mucho aplomo le hizo la demanda, ocultando lo de la apuesta. No veo inconveniente, dijo el Príncipe de Gales. Tendréis vuestros zapatos y no tengáis cuidado que a las nueve de la noche de mañana el calzado estará en vuestra casa.

A la hora indicada el duque vio llegar a un criado de librea trayendo un par de zapatos que eran un verdadero primor, de calidad inmejorable y que le caían admirablemente bien.

De4cidle a Su Alteza de mi parte - dijo encantado el duque - que esta noche tendré el honor de ofrecerle mi agradecimiento y mis respetos. A lo que el criado respondió: Su Alteza me ha encargado que le presente la factura; los zapatos son pagaderos al contado.

Echóse a reír el duque y seguidamente su sonrisa se trocó en mueca al ver que la factura ascendía a trescientas libras esterlinas. Pagó, sin embargo, en el acto. Una hora más tarde penetraba en los salones de baile y toda la selecta concurrencia cuchicheaba entre maliciosas sonrisas al fijarse en el elegantísimo calzado del lord, acercándosele varios de sus amigos para felicitarle por haber ganado la apuesta, y de entre los felicitantes salió el mismísimo Príncipe de Gales, que con irónica flama añadió:

Confesad mi querido parroquiano que estos escarpines os van admirablemente y que con haber ganado la apuesta os salen casi de balde.