Los zamoranos hemos tenida siempre a gala ser hospitalarios con quienes nos visitan; nuestros mejores deseos son que los forasteros hablen bien de la ciudad y de sus habitantes. Aunque hayamos vivido en condiciones económicas que pudieran calificarse de modestas, nuestro orgullo es, generalmente, ser pobres pero honrados.

Las crónicas de finales del siglo XVII ponían de manifiesto la precariedad de las arcas municipales y el mísero estado de la sociedad zamorana. Los reinados de Felipe III y Felipe IV habían dejado exhausta la economía de la provincia. A la llegada del nuevo monarca, Carlos II, en 1665, pudo advertirse un respiro y hasta hubo ánimos para volver al cultivo de los campos que estaban abandonados por resultas de los funestos reinados anteriores.

Quedó registrado en la historia un suceso, en 1693, que inquietó los ánimos del pueblo zamorano y sembró la alarma en este territorio: Habían llegado a la ciudad unos valencianos que comerciaban al por menor, y como dos de ellos incurrieron en grave incumplimiento de las Ordenanzas Municipales, fueron presos en la cárcel.

Los compañeros acometieron a los guardas, sacando por las fuerza a los dos delincuentes, y queriendo vengar el supuesto agravio, salieron al campo con armas y caballos. Atacaron en Villagodio a varios vecinos, causando heridas a los que encontraron por el camino y osaron regresar de noche a la Puerta de Olivares incendiándola, estableciendo un fuerte bloqueo que impedía a los habitantes ir y volver a sus hogares.

Tal escandalosa situación duro hasta que el Corregidor organizó cuadrillas de vecinos a caballo, que cogieron por sorpresa a aquellos malhechores y acabaron con las tropelías que estaban causando por los alrededores.

Acoger a los forasteros está condicionado a que cumplan la normativa aquí establecida para la normal convivencia ciudadana; en caso contrario, no procede que se lamenten del trato recibido.