Están por todas partes. Parecen tener el don de la ubicuidad. Habitan entre nosotros. Pero el enemigo yihadista propiamente dicho, tiene su feudo en Barcelona. Ciudad de acogida, donde se alzan más mezquitas y donde el enemigo está organizado. Actúan con total impunidad. Si el buenismo social llega a los servicios policiales y de inteligencia, aviados vamos. El arraigo del Estado Islámico en Cataluña es real. Debieran estar todos bajo sospecha, vigilados día y noche. Nos va la vida en ello. Los terroristas de la Rambla y de Cambrils estaban presuntamente dirigidos por el imam de la mezquita de Ripoll. Porque esos señores que se presentan a la sociedad occidental como hombres de paz y de fe, son en su mayoría, salvo esas excepciones que siempre confirman la regla, los que arengan a la tropa asesina. Son los que esconden en las mezquitas a los yihadistas, son los que les proporcionan el material necesario para atentar, porque están libres de sospecha.

Esta vez se evitó la masacre, pero no siempre la suerte va a estar de cara. España no sólo está entre los grandes objetivos del Daesh, es que España cuenta con una peligrosa estructura perfectamente organizada en nuestro país, en las grandes y también en las arterias ciudadanas más pequeñas. Estos asesinos no descartan ningún núcleo de población, Cuantas más personas puedan llevarse por delante, mejor, pero es que, en verano, los pueblos se llenan de gente en sus fiestas y son también un foco de atención para quienes vienen a matarnos, para quienes, si es preciso, vienen a morir matando. Con lo que les espera en ese paraíso ficticio que les han inculcado como real, no les importa pasar a lo que para ellos sería de verdad mejor vida.

Y parte de la sociedad en plan pasivo pidiendo hacer el amor y no la guerra, defendiendo a los musulmanes y sin decir ni pío de los caídos, de los niños, de las abuelas, de los turistas, de las víctimas que eran en verdad gente de paz que iba a lo suyo, sin molestar a nadie. Salvo a los radicales que están contra el turismo y a los yihadistas. Menos palabrería, menos apelar a la ausencia de miedo, envalentonándose de palabra, menos golpes de pecho, menos apelar a unos derechos humanos inexistentes por una parte y más actuar haciendo lo que en las redes sociales, desde el respeto y el sentido común, se ha venido demandando mayoritariamente. Más limitaciones a la entrada de esta gente, más rigor, porque el entreguismo de España no puede dar buenos resultados.

La derrota del terrorismo no se conseguirá con minutos de silencio, con la colocación de bolardos y jardineras, encendiendo velas, dejando en el lugar de los hechos peluches y misivas dirigidas al más allá, o aplaudiendo el paso de los féretros o a los taxistas musulmanes que deciden sumarse al dolor haciéndose visibles en una pitada común, mientras saludan a la cámara. Los que predican aquella máxima de hacer el bien sin mirar a quien, están cometiendo un error de proporciones descomunales, porque de no mirar chocan con la realidad y luego pasa lo que pasa. Los buenistas son un peligro, como lo son los en exceso bravos y los acomplejados, como lo son ciertas organizaciones que fomentan y amparan la inmigración sin garantías. Apelo a lo ocurrido en Finlandia tras los sucesos de Barcelona. Hay que pasar a la acción, todos a una, y dejarse de tantas gilipolleces.