Uno se pone al ordenador -madrugada del sábado- y las teclas sangran. Nada de cuanto pudieras intentar aleja de tu cabeza las imágenes y las noticias que llegan de Barcelona, de Cambrils, de Alcanar, de Ripoll. Ni siquiera sirven de mínimo consuelo las masivas manifestaciones y concentraciones del viernes, ni las declaraciones de los principales mandatarios y líderes nacionales e internacionales, ni la solidaridad expresada desde los cinco continentes, ni la rápida actuación de los cuerpos y fuerzas de seguridad catalanas y españolas, ni los ejemplos de heroísmo que se van conociendo, ni la convicción de que eficacia y accidentes han evitado otras masacres, ni las llamadas a la unidad (ya veremos cuánto duran y si prosperan o no).

No. Es imposible ese consuelo. Es difícil que el horror no te atenace, aunque vaya pasando el tiempo, ese que dicen que todo lo cura (sabemos que no es verdad, que el dolor y la tragedia reaparecen una y otra vez, como si quisieran convertirse en protagonistas de nuestro futuro).

Y con el horror y el dolor retornan la rabia, la impotencia, la necesidad de buscar explicaciones a un drama que no las tiene. (Iba a escribir razones, pero la razón está aun más alejada de la explicación ante el origen, desarrollo y magnitud de lo ocurrido en Barcelona y de los intentos de llevar a cabo más y mayores matanzas).

Y vienen las inevitables preguntas: ¿por qué?, ¿qué se puede hacer para evitar catástrofes como estas?, ¿se pudo hacer más?, ¿es posible que vuelvan a golpearnos como golpearon antes en Madrid, París, Bruselas, Niza o Londres, como han golpeado ahora en esa Barcelona capital del turismo mundial, foco de atracción para millones de visitantes?

Y no hay respuestas concretas, ni medidas que cercenen o frenen todo el peligro. Ante gente dispuesta a inmolarse y morir con tal de matar al mayor número posible de "infieles", ¿qué decisiones adoptar que sean compatibles con el régimen de libertades y derechos consagrados en los países democráticos? ¿Más prevención, más vigilancia, más atención a los focos radicales?, ¿mayor control de esas redes sociales que sirven para captar adeptos, para lavarles el cerebro y convencerles de que irán al paraíso si perpetran barbaridades como la de las Ramblas? Leo que todo eso se está realizando, que España es la nación donde más yihadistas se han detenido, que se han evitado decenas de atentados, que se ha incrementado hasta casi 3.000 el número de agentes dedicados a la lucha contra estos fanáticos, que contamos con muchos y grandes expertos en este problema, que el intercambio de información con otras policías es constante.

Y entonces, ¿cómo es posible que esta gentuza haga lo que ha hecho, que, desgraciadamente, pueda llevar a cabo sus planes y sembrar sangre, horror y miedo en todo el universo? Los expertos también coinciden en que es muy complicado garantizar al ciento por ciento la seguridad mientras haya asesinos convencidos de que matar inocentes anónimos es su aval para la vida eterna en un edén rodeados de huríes y placeres. Pero, a pesar de estas dificultades, no hay que caer en el derrotismo, ni mucho menos hacer cada cual la guerra por su cuenta para colgarse medallas o presumir de eficacia. Dicen que, en el trágico caso de Barcelona, la unidad y la coordinación han funcionado, pero, claro, Rajoy y Puigdemont han tardado 20 horas, que se dice pronto, en reunirse y el presidente catalán ya dijo el sábado, ni siquiera había trascurrido un día desde la matanza, que este suceso no alteraría sus planes independentistas. ¿Cómo calificar a quien piensa así con cadáveres aun sin identificar y con quince personas en estado crítico luchando entre la vida y la muerte?, ¿no tiene esa postura mucho de desprecio y desdén hacia el sentimiento solidario y dolorido llegado desde toda España? Espero que sean muchos los catalanes que tomen nota y que valoren la talla moral de quien les gobierna.

Escribí al inicio que las imágenes y las noticias de Barcelona me impedían hablar de otra cosa, que mi cabeza y mis dedos se negaban a entrar en otros temas. Por eso dejaré para otra ocasión las veleidades vomitivas del Molt Honorable. Centrémonos ahora en solidarizarnos con las víctimas y en exigir esa unidad que necesitamos tanto como el respirar. Nos van en ello la tranquilidad, el porvenir y la vida.