El evangelio de este domingo nos presenta una de las pocas veces que Jesús sale de los límites de Palestina. Con ello se iniciaba la evangelización de los gentiles, que más tarde llevarían a cabo los apóstoles, especialmente san Pablo. Tiro y Sidón estaban al norte de Galilea, eran antiguas ciudades fenicias que se distinguían por la riqueza de su comercio marítimo. Hasta allí había llegado la fama de Jesús, como lo confirma el hecho de que una mujer de aquellas regiones acuda al Señor para rogarle por la curación de su hija enferma.

Pero Jesús parece que ni siquiera quiere oírla. Los discípulos interceden para que la atienda, y el Señor afirma que sólo ha sido enviado para atender a las ovejas descarriadas de Israel. Ante esta respuesta los apóstoles no insisten, pero la mujer sí. Se acerca más aún a Jesús y, de rodillas, le implora que cure a su hija. La contestación del Señor nos parece dura, desconcertante y casi cruel, pero ella no ceja en su empeño, en su humilde petición. La fe y la humildad de aquella mujer acaban desarmando a Jesús, quedando probado el amor y la fe de aquella mujer sirofenicia.

"Mujer, qué grande es tu fe", le dice Jesús, y el milagro se produjo. No fueron las migajas sobrantes y caídas al suelo lo que el Señor dio a aquella mujer, sino el pan tierno y blanco de su amor y poder infinitos. Fue un hecho más de los que anunciaban que la salvación se extendería a todos los pueblos. Las fronteras no existirían para la difusión del Evangelio que, como semilla alada que el viento arrastra hasta los lugares más recónditos, se dejaría escuchar por todos los rincones del mundo, y así será por todos los siglos que dure la historia humana. Esta mujer nos descubre que la misericordia de Dios no excluye a nadie. El Padre bueno está por encima de las barreras étnicas y religiosas que trazamos los hombres.

También el Señor nos invita a descubrir que todas las personas pueden participar de su amor, de su persona; Él no excluye a nadie. Si Jesús actúa así, nosotros como seguidores suyos, estamos llamados a transmitir también su mensaje: el amor de Dios, su acción, supera todos los límites y barreras. No hagamos distinciones, ni excluyamos a nadie de la salvación que el Señor ofrece. Incluso en estos tiempos de oscuridad e incertidumbre en que vivimos. Que no nos cansemos de creer, de esperar y de trabajar confiadamente por el mundo nuevo que el Señor Jesús ha inaugurado.